Béatrice Lugagne Delpon: “Los seminaristas necesitan sentir que la formación no es una especie de formateo”

Entre quienes acompañan a los seminaristas de Versalles está Béatrice Lugagne Delpon, profesora de filosofía también en la Facultés Loyola de París tras haber pasado por diferentes centros que incluyen desde la universidad de París IV Sorbonne o dar clases nocturnas en el Lycée Saint Sulpice. Desde hace unos años, esta esposa y madre de cinco hijos forma parte del consejo del seminario además de ser una de las tutoras que sigue la evolución de los futuros sacerdotes de la diócesis parisina.



Ayudando a discernir

PREGUNTA.- ¿Cuál es su papel en el seminario de Versalles?

RESPUESTA.- Soy profesora de filosofía, tutora y pertenezco del consejo encargado de coordinar la formación de los seminaristas y discernir su llamada vocacional.

P.- ¿Qué diferencia la formación en este centro de la de otros seminarios franceses?

R.- El objetivo de nuestro programa de formación no es distinguirnos de otros seminarios. No competimos con ellos, de hecho, acogemos a seminaristas de otras diócesis para su formación. El hecho de que seamos un seminario de primer ciclo con una fuerte orientación intelectual hacia la filosofía y la apertura a los temas contemporáneos, vinculada a las humanidades clásicas, quizá nos da un toque más específico. La pequeña estructura favorece sin duda la dimensión existencial de la formación teórica y facilita quizá la atención y el apoyo que se presta a cada persona.

P.- ¿Cómo llegó una seglar como usted a formar parte del Consejo de Tutores y del Consejo del Seminario?

R.- Soy profesora de filosofía en una escuela de espiritualidad ignaciana que hace mucho hincapié en el discernimiento y la educación para la libertad. También soy la jefa de estudios de este centro responsable de ayudar a los alumnos a elegir la carrera adecuada, y tutora, es decir, formadora de los profesores en prácticas que acaban de aprobar las oposiciones. Todo esto llevó al rector del seminario a depositar su confianza en mí para formar parte del Consejo de Tutores.

Muchas sensibilidades

P.- Y ya en el seminario, ¿cómo ha sido el proceso?

R.- Tras dos años de fructífera colaboración, el rector me pidió entonces que formara parte del Consejo del Seminario. Para ello, nos pusimos de acuerdo sobre la importancia de invertir más tiempo en el seminario: impartir cursos en todos los niveles, seguir perteneciendo al Consejo de Tutores, estar presente dos días a la semana en el seminario en la misa, las comidas, las tareas, la tertulia y otras salidas, sesiones o momentos destacados. Esto me ayuda a conocer mejor a los seminaristas y a profundizar en cada uno de ellos con vistas al discernimiento que realizamos juntos.

P.- Como profesora, ¿qué tipo de seminaristas encuentra en sus clases?

R.- Mi experiencia como profesora me ha demostrado que las aulas son unas veces homogéneas y otras heterogéneas. Me resulta difícil generalizar. El perfil del seminarista varía desde el joven de familia practicante muy implicado en la vida de eclesial hasta el joven que es sorprendido por el Espíritu Santo y conducido por un camino totalmente inesperado. A veces hay que enfrentarse a mentalidades muy diferentes, al igual que sus orígenes son muy distintos. Yo misma no soy de Versalles y me sorprendió la variedad tanto de sus perfiles como de sus sensibilidades religiosas.

P.- La comunidad del seminario está formada por sacerdotes, laicos, familias… ¿Cómo se transmite la sinodalidad a los futuros sacerdotes?

R.- Me parece que la sinodalidad se vive más que se teoriza. Recibir desde dentro la riqueza de la complementariedad de los estados de vida permite a los seminaristas comprender que están llamados por la Iglesia, para la Iglesia; pero también en la Iglesia, a ser sacerdotes. Creo que hoy es importante comprender hasta qué punto la formación depende de este sínodo, que implica la palabra griega original de “camino recorrido juntos”. Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo y los sacerdotes son los servidores de ese cuerpo, ¿cómo puede avanzar el cuerpo sin una apertura a la eclesialidad desde la formación? Al ser testigos de un entendimiento armonioso a través de las diferencias y la diversidad de los estados de vida de sus formadores, espero que estén aprendiendo bien.

Formación completa

P.- En tiempos de vocaciones sacerdotales minoritarias, ¿cómo es el acompañamiento que necesitan los seminaristas? ¿Más allá de los directores espirituales qué otros elementos se les ofrecen?

R.- Los seminaristas son perfectamente conscientes de que no tendrán que reinventar su vocación sacerdotal, sino el modo de desplegarla en un contexto general de crisis de compromiso. Los directores espirituales les acompañan en su formación espiritual, ya alimentada por la vida sacramental, la oración, la liturgia y la degustación de la Palabra de Dios, pero los demás elementos propuestos completan su crecimiento apuntando a otros ámbitos de la edificación humana. Los profesores, por ejemplo, les ayudan en su formación intelectual para enriquecer sus conocimientos y desarrollar su espíritu crítico, sus parroquias de acogida avivan su celo apostólico, pero muchos otros actores contribuyen a su formación humana. Los psicólogos, por ejemplo, son un buen recurso para ayudarles a establecer su equilibrio psicoafectivo, y las familias amigas les dan a conocer la importancia de la amistad. Necesitan sentir que la formación no es una especie de formateo, sino un camino de libertad para responder a la llamada del Señor.

P.- En el seminario de Versalles hay varias mujeres en los equipos formativos, ¿cuál diría que es su principal aportación a la institución?

R.- Personalmente, no suscribo las reivindicaciones feministas que dividen las relaciones sobre la base de una lectura contemporánea de la historia de la Iglesia. Tampoco me identifico con una actitud optimista hacia el pasado de la Iglesia y pesimista hacia su futuro. Creo que las mujeres contribuyen más al sentido de alteridad que los futuros sacerdotes necesitan para cooperar en la Iglesia. Dan una mirada diferente a los códigos institucionales o del seminario y ayudan a cuestionarlos o a ponerlos en tela de juicio. Su visión es a veces más aguda para evitar instalarse en hábitos justificados por un “siempre se ha hecho así”. Su presencia me parece necesaria, no en nombre de categorías en las que se encasilla a las mujeres, sino en nombre de la complementariedad inherente a las relaciones humanas. Una meditación sobre la trinidad de Dios nos recuerda lo fructíferas que pueden ser las relaciones interpersonales.

P.- ¿Qué podemos esperar de la próxima generación de sacerdotes formados en el seminario de Versalles?

R.- Estarán llenos de confianza en las palabras bíblicas: “He aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (Is 43,19). Confían en el tema de la acción renovada. Están atentos al modo en que el Señor les guía para realizar en un tiempo concreto una misión atemporal. Creo que podemos esperar de las futuras generaciones de sacerdotes lo mismo que tenemos derecho a esperar de los jóvenes en general y de esta generación en particular: generosidad, creatividad, una particular sensibilidad ante la fragilidad, benevolencia, apertura a la alteridad, preocupación por la casa común… Espero que sean bellas promesas para el futuro, luces para nuestro mundo, portadores de esperanza, fe y caridad.

Noticias relacionadas
Compartir