La fiesta del perdón en el Año de la Misericordia

sacerdote sentado en un banco confesando a una mujer de rodillas en el suelo en el Vaticano

La práctica del sacramento de la penitencia está experimentando una desafección, pero no hay que sucumbir al desaliento

sacerdote sentado en un banco confesando a una mujer de rodillas en el suelo en el Vaticano

JOSÉ MANUEL BERNAL LLORENTE, liturgista | A muchos les va a resultar extraño que, tratando del sacramento de la penitencia, me permita comenzar hablando de la fiesta del perdón. Lo hago con toda la idea, consciente de que para muchos cristianos, piadosos y cargados de virtudes, eso de ir a confesarse no es, en absoluto, ir a una fiesta. Sin embargo, yo quiero empezar por ahí. Porque celebrar el sacramento de la penitencia –o mejor, de la reconciliación– es celebrar el encuentro gozoso con el Padre que, con entrañas de misericordia, se acerca a nosotros; que nos ama, que nos abraza y nos perdona. Que, como en la parábola del hijo pródigo, organiza un banquete de fiesta para celebrar que su hijo ha vuelto a la casa paterna, cargado de pesar y arrepentido. Indudablemente, celebrar la reconciliación es celebrar una fiesta, la fiesta del perdón.

(…)

I. Por qué los fieles se confiesan cada vez menos

Nadie tiene duda a estas alturas de que la práctica del sacramento de la penitencia en la Iglesia del posconcilio está experimentando una desafección considerable y progresiva. A raíz del Vaticano II, la reforma litúrgica llevó adelante, con gran esfuerzo y esmerada dedicación, una revisión a fondo de todos los rituales, ofreciendo nuevas pistas pastorales y nuevos modelos de celebración.

También se nos propuso un nuevo Ritual de la Penitencia, cargado de iniciativas nuevas y de respuestas adecuadas y valientes a los acuciantes problemas pastorales que en ese momento estaban planteándose en toda la Iglesia. En mi opinión, y a juicio de numerosos pastoralistas, la recepción de este Ritual está dejando mucho que desear; la acogida del mismo está resultando –a mi parecer y en líneas generales– un lamentable fracaso. Quienes trabajamos en la elaboración de ese Ritual, cargados de ilusión y esperanza, solo sentimos en este momento desilusión y amargura.

Quienes han decidido acoger las directrices del Ritual, o bien se han atrincherado en la defensa y mantenimiento a ultranza de la práctica privada de la confesión, en el confesionario de siempre; o, en otros casos, han optado arbitrariamente por recurrir a la práctica abusiva y desconsiderada de la confesión genérica de los pecados y la absolución general. Solo en algunas comunidades parroquiales, debidamente educadas y motivadas, las propuestas del Ritual están siendo acogidas favorablemente con resultados pastorales altamente satisfactorios.

Voy a señalar a continuación las causas que, a mi juicio, están motivando esta lamentable crisis a la que me estoy refiriendo. La causa no es única. Habría que referirse a un conjunto de circunstancias y motivaciones, estrechamente vinculadas unas a otras, y que están en la base de la desafección y desapego que los fieles experimentan respecto a la práctica de este sacramento.

– Índole judicial de la penitencia.

– La integridad de la confesión.

– Una concepción deformada del pecado.

– El entorno tradicional del sacramento.

II. Nuevos horizontes de renovación

Pero no debemos sucumbir al desaliento. Es obligación nuestra afrontar el problema de forma positiva, con esperanza, abriendo cauces nuevos de renovación, en sintonía con el nuevo espíritu eclesial promovido por el Concilio e impulsado decididamente en la actualidad por el papa Francisco.

– La penitencia como encuentro personal.

Vamos a empezar por lo más importante. Como todos los sacramentos, el de la penitencia o reconciliación es un encuentro personal con el Padre que, en Jesucristo, nos acoge amorosamente con los brazos abiertos, nos abraza y perdona nuestros pecados. Esto nos invita a superar cualquier forma de rutina y a acercarnos al sacramento plenamente conscientes de la riqueza y de la hondura del acto que vamos a realizar.

La forma litúrgica con que realizamos el sacramento es importante; pero, más allá del aspecto formal y litúrgico, debemos valorar la realidad profunda y misteriosa que está en lo profundo, la que da sentido al sacramento y constituye toda su riqueza: el encuentro reconciliador con el Padre.

Toda esta realidad solo se entiende desde la fe. Desde esa perspectiva, sabemos que es Dios quien toma la iniciativa, quien nos llama y nos espera. Esta consideración es una llamada urgente a cultivar nuestra fe, a incrementarla con la oración y darle vida, a dejarnos penetrar por la gracia del Señor que es quien nos enriquece con el don de la fe, el que siempre va por delante y toma la iniciativa en todo el proceso de regeneración y reconciliación.

– La conversión del corazón.

Esta reflexión nos introduce en el ámbito de los llamados “actos del penitente”, en los que se condensa la dimensión personal del sacramento. Son la contrición, la confesión y la satisfacción. Yo voy a fijarme aquí únicamente en lo referente a la contrición.

Es un momento sumamente importante en el desarrollo del sacramento. Me refiero al instante en que el pecador se acerca a la penitencia, dedica un espacio de tiempo a la oración silenciosa, entra dentro de sí mismo ante Dios, analiza su conciencia y descubre sus pecados. El penitente se descubre pecador ante Dios y siente una horrible repugnancia al tomar conciencia de ese pecado que le distancia del Padre lleno de ternura y misericordia, que rompe su amistad con Él y sufre el vacío de la ruptura. Desde esa soledad profunda surgen en el penitente un grave dolor por haber ofendido a Dios y el deseo de enmendar su vida.

Este es un momento decisivo en la práctica de la penitencia. Es el impulso de Dios, su gracia, la que estimula al penitente al arrepentimiento y crea en su corazón un deseo de conversión y de enmienda. Por encima de las formas litúrgicas, muy importantes por supuesto, hay que dar la prioridad a la actitud interior, a la conversión del corazón, porque ahí radica la verdad de la penitencia.

– Reconciliación con Dios y con la Iglesia.

– Dimensión eclesial de la penitencia.

– Recuperar la dimensión eclesial.

 

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