Misericordia quiero, no sacrificios. En la clausura del Jubileo

Uno de los Misioneros de la Misericordia agradece la iniciativa papal y profundiza en la experiencia del perdón

portada Pliego Misericordia quiero, no sacrificios 3010 noviembre 2016

ÁNGEL MORENO, de Buenafuente | A punto de concluir este Año de gracia, en el que se ha podido vivir en tantas Iglesias particulares el regalo de la misericordia, es justo reconocer el bien que ha supuesto la intuición del papa Francisco, al ofrecer este tiempo especial de reconciliación y de perdón que ha sido el Jubileo de la Misericordia. Cuentan en algunas diócesis que se han superado todas las expectativas y, por ejemplo, en Santiago de Compostela, los peregrinos que han llegado han sobrepasado el número de muchos años santos compostelanos, con una particularidad: que así como en los años santos han venido peregrinos de todo el mundo, este año también lo han hecho de todas las parroquias diocesanas.

I. Memoria agradecida

II. El regalo del perdón

No es descriptible la experiencia de paz, de alegría, de anchura del corazón, de alivio, de gracia, de novedad que se recibe con el perdón, cuando se ha vivido mucho tiempo en la clandestinidad del propio pecado, en el autosecuestro de la conciencia por razón del miedo, de la vergüenza, del peso que supone arrastrar en oscuridad la dolencia del alma.

Gracias a la posibilidad de perdonar, que la magnanimidad de Francisco concedió a todos los sacerdotes, con relación al aborto, y a los Misioneros de la Misericordia para los pecados reservados, muchos han visto la luz, han sentido el abrazo de Dios, han recuperado la esperanza, han sentido las entrañas de la Iglesia, han podido acercarse al altar sin angustia, han podido celebrar la Eucaristía sin violencia interior y comenzar de nuevo el camino del seguimiento evangélico con alegría.

Desde la realidad histórica del abrazo entrañable de Dios, no podemos quedar mudos, no ser olvidadizos, sino, por el contrario, debemos ser agradecidos a la intuición del papa Francisco por haber ofrecido un Año de la Misericordia. Albergo la intuición de que fue la propia experiencia del Papa, cuando el 21 de septiembre de 1953 se acercó a un confesor y salió conmovido de aquel encuentro, lo que le movió a invitar a todos los cristianos a celebrar la fiesta del perdón.

III. La gracia del perdón

IV. Contemplación de la misericordia

Este Año de gracia se ha querido expresar en muchos lugares con el paso por alguna de las puertas santas, abiertas en diferentes catedrales, santuarios, lugares más significativos de las diócesis. En Roma, además de abrirse en San Pedro del Vaticano, se abrieron también en San Juan de Letrán, en San Pablo Extramuros y en Santa María la Mayor.

Atravesar la puerta puede parecer un rito atávico. Sin embargo, para quien llega cargado con el peso de su conciencia es una experiencia liberadora, sobre todo cuando se acompaña con la celebración del sacramento de la reconciliación. En el Monasterio de Buenafuente del Sistal, que ha sido uno de los lugares de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara designados por su obispo, don Atilano Rodríguez, como templo jubilar, hemos podido observar cada semana el gozo de los peregrinos, cuando, antes de celebrar la Eucaristía dominical, atravesaban la Puerta Santa, recibían el abrazo de acogida, eran rociados con el agua bendita, y se les regalaba la oración jubilar en una estampa con el rostro del Cristo de la Salud y una bolsa con hierbas aromáticas de los campos del Sistal. Por este motivo hemos recibido testimonios muy emocionados y agradecidos.

Desde mi propia experiencia como penitente y como confesor, puedo asegurar que la misericordia no es la puerta falsa por la que evadirse de la conciencia, sino el abrazo entrañable que libera de la sombra más oscura que anida en el alma por causa del pecado. La misericordia no es un mensaje blando para atraer a los alejados, sino la esencia del Dios revelado, de la que disfrutan los que dan fe a la Palabra y sienten que creen en Alguien que les ama, experiencia esencial del creyente.

La misericordia no es la palabra moderna que a modo de eslogan se repite como propaganda de una nueva marca, sino la identidad de Quien desde el principio creó por amor, mantiene todas las cosas con el mismo amor y espera siempre pacientemente que lo reconozcamos, sin exigencias traumatizadoras. Desde el propio significado bíblico de la palabra, el término misericordia tiene un sentido entrañable, paternal y maternal; amistoso e íntimo, de perdón y de celebración.

Gracias a la misericordia, todos nos podemos sentir invitados a vestir el traje de fiesta y a sentarnos en el banquete de bodas. Posibilidad que se nos brinda especialmente en el sacramento del perdón y de la Eucaristía. Es el modo con el que Dios desea mostrarse, sin importarle tomar para ello la imagen de pastor, de samaritano, de padre olvidadizo, de mujer nerviosa, con tal de atraer a todos hacia Sí. Él se pone a la altura de cada persona, le habla en su lenguaje, le atrae con la estrategia del amor, por el que se hace todo a todos.

(…)

V. Necesidad de la misericordia

VI. Dificultades para recibir el perdón

VII. Justicia y misericordia

VIII. La misericordia y las bienaventuranzas

IX. La generosidad en la práctica de la misericordia

X. Oración del despojado

XI. Dar o darse

XII. Desde la experiencia

Publicado en el número 3.010 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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