Tribuna

Querido Ernesto, gracias

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De un modo privado, Ernesto – así pides que te llamemos- te he agradecido el modo y la actitud con la que te has situado ante la problemática generada por el suceso del sacerdote, compañero, Alfonso.



Agradezco, sin ser yo de la diócesis, el gesto de dirigirte desde la dureza del momento para todos, desde un dolor compartido y un sentir evangélico y eclesial, que también eso es sinodalidad. Yo también como sacerdote y paisano extremeño me uno a ese dolor, en esos niveles de sufrimiento y escándalo, de herida y duelo del compañero y su familia, imagino el sentir de sus parroquias, las presentes y las pasadas. He frecuentado Miajadas, he tenido contacto con sacerdotes de esa diócesis en el grupo de consiliarios de acción católica de Extremadura, y eso hace que tenga conocimiento de Alfonso y que haya coincidido incluso con su familia en algún encuentro arciprestal o parroquial. También en encuentro sacerdotales de las diócesis.

Discreto y callado

Lo que conozco de él me daba detalles de ser una persona discreta, callada, preparado y con sus opciones propias, imagino, que yo no conocía y en las que nos hemos coincidido en tareas apostólicas.

Ahora aparece este hecho y esta situación, y de pronto el juicio está totalmente hecho y todo parece perdido, los medios se encargan de dar el certificado absoluto bajo la capa de presunto, y fieles al modo de informar hoy en todos los casos, no solo en este, hubiera sido lo mismo con un ministro, o con un guardia civil, aunque el caso del ministerio sacerdotal le señala de un modo singular en nuestros contextos.

Conocer la impureza

Sin embargo, entiendo que no todo es basura en él, y que nada de lo bueno que hay en su vida y haya hecho por los demás deja de serlo, aunque hoy conozcamos esta impureza que se ha hecho pública. Algunos comentan que la sospechaban, no sé si habría comentarios, pero imagino, solo él lo sabrá, que a lo mejor nadie se ha acercado con sinceridad de corazón a interpelarle como hermano e intentar acompañarle en el deseo de su cambio en aquello que le destruía a él y podía destruir a los demás, hacer daño humano y eclesial.

Yo, Alfonso, sin tener mucha cercanía contigo, no tengo nada contra ti, y tu propia realidad me interpela para el cuidado de mi persona y mi ministerio. Estamos viviendo nuestro ministerio en un contexto, cultura, sociedad, a veces también, en una Iglesia, que hace aguas por mil lugares, y aquí somos todos tentados y llamados a mil cosas que nos sacan de nuestra opción, nuestro equilibrio, la fraternidad apostólica y la verdad agraciada del evangelio bien vivido y gozado.

Nos come la debilidad

Nos metemos poco a poco en la “profesión” y en nuestros menesteres, cada uno con los “suyos”, que de todos hay, y nos alejamos de la comunidad verdadera, del mensaje que nos cura, que nos libera, y nos salva, a nosotros y a los demás y nos come la debilidad llevándonos a lo contrario de lo que amamos y queremos como decía San Pablo.

Yo también lo he sentido, también me he parado en más de una ocasión, en mis más de cuarenta años sacerdotales, y he retomado caminos, porque por rutina, acomodación, descuido, inercia, seguridad, acedia, etc… me sentía alejado de lo que debía ser el centro. Ahora mismo estoy viviendo un momento de profundización y reflexión, tras la actividad en la universidad, con un curso de espiritualidad y biblia y profundizando en la espiritualidad sacerdotal con las claves del Prado, que me está invitando a transformarme y dejarme hacer mucho más por Cristo y su Evangelio. Cuando estés sereno, algo así te haría mucho bien, aunque quién soy yo para recetarte.

Cargas canónicas

En todo esto Alfonso me ha gustado cómo se ha situado tu pastor, nuestro hermano mayor Ernesto, y cómo lo ha manifestado públicamente más allá de rúbricas y cargas canónicas, que habrá de cumplir con fidelidad, pero no será el lenguaje y el estilo, en lo que pudieran tener de frías las letras y las normas. Está clara su afirmación fundamental y su petición a todos, atendiendo a nuestra fragilidad humana, “ruego que no ejerzamos de jueces, sino de médicos dispuestos a sanar y a cuidar.

En el grupo de estudio del evangelio que tenemos un grupo de sacerdotes en la diócesis de Badajoz, llevamos dos cursos con el evangelio de Mateo con esta pregunta sencilla: “¿Jesús tú cómo sanas, liberas y salvas a las personas?”. Y vamos descubriendo las claves de la confianza, la fe, la fraternidad, la compasión, la implicación, la mirada, el gesto, el abrazo, nunca el juicio, la condena, el dar por perdido…más bien lo contrario. Se puede coger la camilla, en la que uno ha estado medio muerto, malherido, incluido su pecado, y ser perdonado levantarse y ponerse a caminar siendo uno de los mejores discípulos. Hasta Pedro fue preguntado por amor tras las negaciones, con el cariño de reconstruirlo para siempre en el ejercicio de un ministerio de confirmar en la fe a los hermanos.

Me encanta, obispo Ernesto, esa manifestación en la que reconoces que hay mucho que sanar y reparar, que para eso hacen falta proceso con normas que ahora mismo piden separarse de un ejercicio público de su ministerio, que habrá que esperar que actúe la justicia en el ámbito de lo civil. Hemos de ser muy serios en lo que se refiere a la ciudadanía y el compromiso con la sociedad y con el cuidado de lo eclesial. Pero asegurando que Alfonso va a tener seguimiento, acompañamiento, no va a estar solo, tanto en lo humano, en lo psicológico, como en lo espiritual. Y que sus comunidades también serán atendidas en su dolor y lectura creyente de lo que les ha acontecido.

Confianza mutua

Todos necesitamos de todos, hoy más que nunca estamos llamados al cuidado y a la confianza mutua, al caminar en equipo apostólico y fortalecernos en la misión, desde lo profundo y lo minoritario, en el deseo de lo verdadero. La clave teológica de la debilidad en el quehacer de la Iglesia, es la que puede ayudarnos a ver tanto el amor derramado en nuestras comunidades y organizaciones, pero también detectando como este amor está enredado y entrelazado con debilidades y fallos, que a todos nos deben interpelar e invitarnos a cambiar en nosotros mismos y en nuestro modo de ser y relacionarnos con los demás.

Los presbiterios tenemos pendiente esta cuestión de cuidado y fraternidad apostólica y lo sabemos. Algo nos está faltando y no acabamos de dar en el clavo.  Ante mis propias manos, leo y me emociona escuchar de ti como obispo esta afirmación: “Es cierto que llevamos un tesoro en vasijas de barro y no deja de ser un misterio desconcertante el que Dios se quiera servir de manos que puedan mancharse, las nuestras, las mías; pero Él nos dice, también ahora, en este momento duro: «no temas, te basta mi gracia». Y nosotros sabemos de quién nos hemos fiado.”  Estoy convencido que estas palabras salen de una oración sincera y sentida ante Cristo, el evangelio y la Iglesia, el pastor ora desde las heridas.  Es cierto, lo de Alfonso no es sólo el caso para un juicio, sino que ha de ser para todo nosotros una interpelación.

Al enterarme de la noticia, sufrí por el sacerdote, por su comunidad, su familia y pensé también en el dolor del obispo y oré desde ahí. Hoy me uno a la oración, tuya y de Alfonso, a la de toda vuestra iglesia diocesana, y me abro a la interpelación. Gracias.