Tribuna

Hablemos de la belleza moral

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Cuando se hace una revisión del concepto de belleza a lo largo de la historia del pensamiento, veremos con claridad que sus definiciones han variado en el curso de la existencia de la humanidad, en especial, en el universo racional de occidente.



Esto, claro está, nos deja desnudos frente a la incomodidad de lidiar con una idea que no parece ser definitiva y certera. Abriendo una enorme dificultad: lo cuesta arriba que puede resultar la posibilidad de definir qué es bello, ya que no siempre será lo mismo en cada mente. De esta dificultad nos habla, de alguna manera, Plotino al referirse a lo bello como algo que se descubre, particularmente, en la vista y en el oído.

Pero no se queda allí. Profundiza en el concepto haciéndolo aún más complejo, ya que entiende que la belleza también es un acontecimiento moral y que forma parte de un orden superior. Sigue avanzando y nos presentará que la belleza suprema se halla aferrada, en silencio, en lo inteligible, es decir, en un plano ontológico y trascendental. Sin embargo, dado el tiempo que transitamos, me gustaría esbozar algunas ideas sobre la belleza moral. Lo afirmaba también Alberto Durero cuando expresaba que no existe el hombre en la tierra que pueda pronunciar un juicio definitivo sobre cuál sea la más bella forma de belleza: “solo Dios la conoce”.

Escultura Las tres gracias

Los griegos y la belleza

Emerson intuyó que el arte es capaz de arrojar luz sobre el misterio de la humanidad y es la belleza lo que, esencialmente, constituye el arte. Por esto, no le queda duda de que, efectivamente, la belleza, en su más amplio y profundo sentido, no es sino la expresión del universo. Esto lo vieron primero los griegos. Para ellos, la belleza era predicable con más razón de un alma generosa o de una ciudad bien ordenada que de una muchacha linda. Primero fue Platón quien identificó la rectitud moral con la belleza. Para Platón, la existencia de la belleza es autónoma que se expresa accidentalmente en la materia. La belleza puede verse porque resplandece.

Los estoicos, por su parte, no se apartarán mucho de esta idea. Lamentablemente, el grueso de sus disertaciones sobre la belleza de los estoicos se perdió a lo largo de la historia; sí podemos acceder a algunas intuiciones que se desprenden, precisamente, de su razonamiento ético como, por ejemplo, la convicción de que la belleza está estrechamente ligada a las proporciones y el funcionamiento adecuado de las partes, tanto en el cuerpo como en el alma. Para ellos, la belleza no puede reducirse a la apariencia de una persona, sino más bien a expresiones en la vida cotidiana donde pueden irradiarse virtudes como la sabiduría, el coraje, la justicia y la templanza.

Santo Tomás y la belleza

En la Summa Teológica, Santo Tomás de Aquino va a definir lo bello como aquello que agrada a la vista, aquello cuya contemplación agrada. A partir de allí, hará una distinción de la belleza en tres tipos: inteligible, natural y artificial. Nos interesa en este momento la primera. Esta forma de belleza está vinculada con la verdad y la bondad moral. Bajo esta perspectiva, la fealdad, definida como privación de la belleza, será identificada con el error, la ignorancia, el vicio o el pecado. Los términos que emplea son: la belleza es el esplendor de la forma en las partes proporcionadas de la materia.

Cuando habla de esplendor lo hace considerando tanto la forma sensible externa como en la interna. El esplendor de la de la forma sensible consiste en la integridad, consonancia, claridad, proporción, armonía, brillo, luz: orden, simetría, grandeza proporcionada. Mientras que la forma inteligible será la plenitud del ser que le es propia, la perfección esencial de cada cosa. La belleza es una trascendental, una nota común a todos los entes, como lo es la verdad, el bien y la unidad. En tal sentido, nuestros valores estéticos como hombres y como sociedad, en gran medida, se corresponderá con nuestros valores morales. ¿Podemos complacernos en lo bello? ¿Sabemos qué es bello? ¿Dónde reconocemos la belleza? Honestamente, temo la respuesta. ¿Y tú? Paz y Bien.


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela