Tribuna

El desafío de la Iglesia en América Latina: dar cobijo

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La beatificación del cardenal Eduardo Pironio, el 16 de diciembre pasado, ha sido una invitación providencial para dejarnos iluminar por su pensamiento, espiritualidad y testimonio de vida, ya que, como secretario general y presidente del CELAM, ayudó a la Iglesia de América Latina y el Caribe a reflexionar sobre su fisonomía propia.



Este profeta de la esperanza sigue animándonos a mirar la realidad de nuestros pueblos, no desde una actitud derrotista, sino desde la esperanza cristiana, “que es esencialmente actividad y compromiso; que no es espera pasiva y ociosa de felicidad supramundana, de liberación futura, y que tampoco es evasión del tiempo, sino construcción efectiva de la historia”(Cfr. Pironio, Eduardo. ‘Escritos pastorales’. BAC, Madrid, 1973. Pág. 89.). Desde esta perspectiva, la Iglesia reconoce en las situaciones que vivimos los signos de los tiempos que necesitamos contemplar para escuchar la voluntad de Dios y reconocer desafíos en la vida y misión de la Iglesia.

Algunos acontecimientos recientes nos permiten echar una mirada a esta realidad y son la base desde la cual se ha desarrollado una reflexión para discernir los caminos pastorales en América Latina y el Caribe:

  • La Conferencia General del Episcopado de Aparecida (2007), de la que han pasado casi diecisiete años, pero muchos de cuyos temas siguen teniendo una actualidad sorprendente.
  • El proceso de renovación y reestructuración del CELAM –que surgió de la necesidad expresada por los obispos en la Asamblea de Honduras en 2019 de repensar su funcionamiento para adecuarlo a las nuevas demandas pastorales–, cuyo texto final publicado en 2021, ofrece una aguda mirada marcada por la pandemia.
  • La Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (2021), que se inició con un tiempo de escucha y que –recogido por la Síntesis Narrativa, el Documento para el Discernimiento Comunitario y las Reflexiones conclusivas– actualiza el análisis de la realidad para identificar los nuevos signos de los tiempos.
  • Las diferentes etapas del Sínodo sobre la Sinodalidad, que produjo en cada país, región y a nivel continental un valioso material sobre las experiencias locales y necesidades de conversión para crecer como Iglesia en comunión, participación y misión.

Hacer este recorrido, releyendo esta rica producción y los análisis e investigaciones que la complementaron, amplía el horizonte de nuestra experiencia individual –tan a menudo reducida a la cotidianeidad y la inmediatez– y nos sitúa como parte de un Pueblo de Dios que, desde sus identidades particulares, peregrina en un mismo territorio, comparte un camino y reconoce horizontes comunes.

Pero también la multiplicidad de clamores y dificultades que encontramos puede conducirnos a un sentimiento de agobio y desánimo. La tentación es pensar que no podemos o no vale la pena tratar de cambiar una realidad que claramente está condicionada por poderosos intereses. A esto se suma el que vivimos en una cultura acechada por la fragmentación y la polarización, que nos hace perder de vista el valor de lo comunitario y solo destaca las posibilidades individuales.

Así, por ejemplo, el consumismo hace de la satisfacción del deseo un valor central, la democracia como forma de gobierno se ha ido reconfigurando, existe una creciente desigualdad entre los diferentes países latinoamericanos e incluso vemos cómo el ambiente digital se ha transformado en una expresión de formas de relación cada vez más agresivas.

Abiertos al dinamismo

Hoy no podemos confundir diversidad con fragmentación, individualidad con individualismo o unidad con homogeneidad. Por eso, se va haciendo más necesario revisar desde qué claves y categorías analizamos el presente para identificar los signos de los tiempos. América Latina y el Caribe experimentan cambios culturales, políticos, sociales, económicos tan profundos que corremos el riego de mirar los hechos coyunturales sin descubrir en ellos la expresión de una transformación antropológica. El Evangelio nos ofrece principios perennes, pero su formulación histórica requiere estar abiertos a un dinamismo que, de otra manera, puede hacer poco actual y creíble la Buena Nueva de la salvación. Así como el Papa denuncia un indietrismo reflejado en preferencias litúrgicas, también podemos fijarnos en una cosmovisión estática con respuestas caducas a cada problema o desafío.

Sin embargo, en el pueblo latinoamericano y caribeño existen fuertes vínculos de solidaridad y sentido comunitario que es necesario acompañar y fortalecer desde la fe, a partir del reconocimiento de esos valores humanos fundamentales que siguen movilizando el deseo de compartir la vida, de un buen vivir, y la conciencia de que no podemos solos.

(…)

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