Sueños de Cazucá

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Un proceso de desarrollo integral en Soacha

Amaranto, quinua y harina. A media mañana la fábrica avanza en su operación. Estos y otros ingredientes intervienen en la hechura. La empresa lleva por nombre Corazones de Cazucá por la forma de las galletas y por el lugar en que está asentado su centro de producción.

Adriana López, jefe de personal, fue desplazada por la violencia. Proveniente de Fusagasugá, llegó a Altos de Cazucá hace algunos años. Se vinculó a procesos solidarios en beneficio de la gente de esta parte de Soacha, Cundinamarca, por iniciativa de Alexander Tovar y de Yesid Sánchez, quienes posteriormente junto a la Hna. Beatriz Charria, dominica de La Presentación, constituyeron FUNDEHI. La institución promueve el desarrollo integral en el barrio El Arroyo, donde, junto a otros proyectos, está asentada la fábrica de galletas que da empleo a varias mujeres, madres cabeza de hogar.

Cada mañana las mujeres inician su trabajo con una oración y se ponen al día acerca de sus vidas. Son amigas que se apoyan para enfrentar las dificultades. Pasan juntas la mayor parte del día y entre sus sueños cumplidos destacan poderle ofrecer a sus hijos mejores condiciones de vida después de haber superado las extremas situaciones de precariedad en que vivían. El trabajo ha sido un medio para empoderarse como agentes de su propio crecimiento. Viajar en familia, por ejemplo, nunca había sido una prioridad. Sin embargo, hoy atesoran entre sus experiencias más enriquecedoras conocer el mar; ahorrar pensando en que es posible ponerse metas a corto, mediano y largo plazo. Juntas celebran fechas importantes y juntas sueñan con dar respuesta a nuevos desafíos en beneficio de sus familias.

A partir de la necesidad

Operarias de la fábrica de galletas

Operarias de la fábrica de galletas

“Todo lo que se ha logrado ha sido a partir de la necesidad”, señala Alba Marina Pinto. Su historia en El Arroyo comenzó hace 18 años. Llegó a Altos de Cazucá movida por las dificultades económicas. Servicios públicos no tenían, por tanto se ahorraban ella y su esposo el costo de pagarlos. Participar de comités de salud, colaborar con el interés solidario de la Hna. Beatriz y asumir responsabilidades crecientes en los procesos de organización barrial fueron haciendo de ella la líder comunitaria que es hoy.

Fue la comunidad la que en brigadas de trabajo cooperativo construyó su propia escuela con apoyo de donaciones que la religiosa dominica logró canalizar. Fueron las madres de familia quienes asumieron la obligación de garantizarles enseñanza a los niños y las niñas del barrio. Cuando advirtieron que muchos niños y niñas no eran enviados a clase debido a que no tenían asegurada la alimentación, fueron también dichas mujeres quienes comenzaron a gestionar la forma de darles a sus estudiantes desayuno, refrigerio o almuerzo. Cuando se percataron de que muchos niños y niñas dejaban de asistir a la escuela debido a que tenían que cuidar a sus hermanos y hermanas de menor edad, fueron, también, ellas quienes, con el apoyo de la Hna. Charria, pensaron en la creación de un jardín infantil. Con el tiempo lograron capacitarse de forma más idónea, accediendo a formas de educación técnica y superior que hoy redundan en beneficio comunal.

Alba Marina, por ejemplo, estudió administración pública y es hoy la encargada del Centro de Desarrollo Infantil (CDI) en que se convirtió el sueño de ofrecer enseñanza a los niños y niñas del sector. La institución integra un espacio cultural en que se ofrecen no sólo talleres de formación artística para niños, niñas y jóvenes, sino también jornadas educativas al servicio de los padres y madres de familia.

Concientización y crecimiento

FUNDEHI tiene sus raíces en la labor misionera de las Hermanas Dominicas de La Presentación, la pastoral social de la parroquia Apóstol de San Mateo y el trabajo de un grupo de voluntarios cuya principal función se centra en la concienciación de la comunidad como principal gestora de su desarrollo.

Érika Caicedo, sicóloga de la institución, destaca del proceso vivido en El Arroyo el protagonismo permanente que han desempeñado desde siempre las mujeres y el hecho de que la comunidad sienta que lo ganado les pertenece a todos. A la pobreza e inestabilidad se suma en Altos de Cazucá un problema grave de desintegración y de violencia dentro de muchos hogares. La gente sueña con no tener tantas dificultades. El principal interés del proceso organizativo está orientado a consolidar familias atentas al crecimiento integral de los suyos.

La ley del embudo

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Vista desde el centro cultural

Como en otras partes del sur de la sabana, el deterioro ambiental rige el paisaje. Junto a los tugurios se abren enormes canteras en función de la extracción de materiales para la construcción. Cristian Villabón, un artista local que se educó en la escuela de El Arroyo, recuerda que en el pasado, donde hoy se amplía un desierto por cuenta de la erosión, había un bosque por el cual los niños ascendían para jugar. De ese bosque solo quedan analogías en los murales con que Cristian decoró el aula cultural del barrio.

A lo lejos un hombre cuida, sentado, la maquinaria. Las autoridades han determinado, por lo momento, que las retroexcavadoras se detengan. Según la Hna. Beatriz, llegarán nuevos políticos que al asumir la administración de lo público permitirán que la explotación se reactive.

La ley del embudo: lo ancho para unos pocos y lo angosto para miles que a diario conviven con el polvo, el barro y la basura. Deslizamientos de tierra en 2007 y 2009 destruyeron más de cien casas ubicadas sobre una ladera. Entre los proyectos de FUNDEHI está el de construir viviendas  prefabricadas para ciertas familias: durante un año se les garantiza un techo, mientras las personas acceden a fuentes de empleo y gestionan un subsidio a través del Fondo Nacional del Ahorro. Un porcentaje de las ganancias que dejan las ventas de galletas se destinan a esta iniciativa.

“Todos los barrios de Altos de Cazuca –son unos 42 aproximadamente- han tenido un similar origen: ser terrenos invadidos por distintos grupos que, al descubrir espacios baldíos y encontrándose en situaciones de miseria,  comenzaron a ‘levantar’ sus ranchos. Poco  apoco se fueron convirtiendo en barrios, se abrieron pequeños trechos para transitar –los sectores carecen de calles asfaltadas– y empezó a surgir algún tipo de comercio para resolver las necesidades básicas de sus habitantes”. La Hna. Beatriz continúa su relato explicando que los últimos años ha llegado un significativo número de familias desplazadas por la violencia, provenientes de Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima, Huila y la Costa Pacífica. “Generalmente cuentan con familiares en el barrio y poco a poco van construyendo sus casitas. La comunidad siempre está abierta para acoger a estas familias (…) Los une la misma situación de pobreza y desplazamiento y eso los hace solidarios unos con otros”.

Mujeres laboriosas

Integrantes de la fábrica de confecciones

Integrantes de la fábrica de confecciones

La falta de oportunidades para la población juvenil determina que, desde muy temprana edad, algunos adolescentes conformen pandillas y sean proclives a delinquir. El sueño de un espacio deportivo en pleno centro del barrio se hizo realidad hace algunos años. La Hna. Beatriz ha canalizado la ayuda humanitaria de instituciones como la Universidad Santo Tomás y la Universidad Incca, que aportan recursos humanos en beneficio del proceso organizativo. Los sábados la cancha es escenario de actividades formativas a través del deporte, mientras que en el centro cultural devienen otros procesos de capacitación para la vida. En medio de las adversidades hoy se atienden las principales necesidades del ciclo vital. Desde los niños y niñas del jardín hasta los adultos mayores, que a diario cuentan con alimentación y espacios educativos, pasando por la población juvenil, de una u otra forma, todos se benefician de los sueños cumplidos de El Arroyo. Mientras tanto, nuevos sueños se entretejen.

Una microempresa de confecciones que fabrica instrumentos ortopédicos inició producción hace algunas semanas. Justo al frente de la fábrica de galletas. A diario varias mujeres se encuentran para soñar juntas cómo sacar adelante a sus familias. Habiendo podido trabajar cada una por su cuenta, han preferido unirse. Se animan insistiendo en que “la unidad hace la fuerza”. Avanza la mañana en Altos de Cazucá y con ella avanza la esperanza en manos de mujeres laboriosas.

Miguel Estupiñán

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