¡Niños en la guerra!

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Como en los avisos que advierten junto a las escuelas la presencia de niños en la calle, en la conciencia nacional urge la prevención: ¡Niños en la guerra!

Si el acostumbramiento es una forma de la corrupción, volver una rutina el drama de los niños reclutados es más que corrupción: es un retroceso en humanidad, que a los ciudadanos del común nos reduce al mismo nivel de insensibilidad criminal de cualquier guerrillero.

El guerrillero o el paramilitar creen que reclutarlos es una simple táctica de guerra mientras el ciudadano de a pie lo ve como algo que sucede y que no se puede evitar. Ni puede ser táctica de guerra, ni es una fatalidad inevitable, es lo que demuestra el siguiente informe.

stockvault-sunrise-at-beach-with-boy110320“Se escapaba más fácil un perro que un niño porque los conservadores creían que un perro no tenía oportunidad de volverse liberal y el niño sí”. Así recordaba el guerrillero Jaime Guaracas el ambiente del sur de Tolima cuando, niño de 13 años, llegó a las filas de las Farc. Nicolás Rodríguez Bautista, Gabino, era aún más pequeño cuando, con la aprobación de sus padres, se hizo guerrillero del ELN. Tenía 12 años.

La historia de los desmovilizados confirma esa constante: el 53.5% de loa guerrilleros del ELN, el 50.1% de las Farc y el 38.1% de las Autodefensas llegaron a la guerra cuando eran niños. Según las estadísticas de la Agencia para la reintegración, de 55 mil guerrilleros y paramilitares desmovilizados, eran niños más de la mitad cuando como reclutas iniciaron entrenamientos.

La guerra, a la que por estos días se le quiere poner fin, ha sido hecha por niños en su mayor parte. ¿Por qué?

¿Por qué los niños?

“Un pequeño coge más práctica que cuando está más grande y así era con muchos pelaos”, explica un excombatiente de 17 años, de las Autodefensas. Coincide con él un desmovilizado de las Farc, de 18 años, al recordar sus primeros años en la guerrilla: “duré 15 días andando con ellos, les enseñé puntos que ellos no conocían y se aprendieron todos esos ríos, trochas por derechura y todo así, a campo traviesa”.

El conocimiento topográfico de su región hace de los niños campesinos unos guías insuperables, mientras para ellos andar al lado de aquellos uniformados con estatura de héroes siempre ha sido una aventura excitante.

Es una de las muchas explicaciones para la mutua atracción entre niños y guerrilleros, paramilitares o demás grupos armados ilegales.

En los comienzos de las Farc quedó registrado que “los jóvenes de 10 años en adelante pueden hacer tareas propias de su edad”. El diarista de Marquetalia se refería a la ayuda de los niños en asuntos de propaganda o para la convocatoria de otros niños para hacer parte de clubes infantiles o de los pioneros. Una cartilla sobre el trabajo de esos clubes ordena que “se debe adoctrinar a estos niños en las lógicas de la guerra”.

Son propósitos que aún se mantenían cuando la VII Conferencia de las Farc ordenó la creación de comisarías para escoger candidatos a sus filas a partir de los 15 años, de modo cauteloso.

Esa cautela se explica como manera de escapar a la vigilancia que mantiene el Comité de derechos del niño de las Naciones Unidas y por las 1.015 investigaciones en marcha por el delito de reclutamiento de niños para las filas de esos grupos ilegales.

Esta guerra de más de 50 años ha sido hecha principalmente por niños

·júbilo·haku·No solo en estos grupos. El Comité llama la atención porque, a pesar de la publicación de las leyes colombianas sobre servicio militar de los menores de 18 años, en los batallones se usan los niños para hacer inteligencia; la Fuerza Pública ocupa las escuelas, dizque para protegerlas, y dentro de ellas realizan operaciones cívico-militares. No aparece en el documento de ese Comité la multiplicación de escuelas militares que uniforman como soldados a los niños, les hacen entrenamiento militar y los familiarizan en el uso y manejo de las armas.

Hay, pues, insensibilidad y permisividad ante el hecho del niño en armas.

Cuando el Estado colombiano reportó en el año 2000, ante las Naciones Unidas, que “tristemente entre un 15 y un 20% de los miembros de la guerrilla son niños”, dijo casi toda la verdad que sí difundió Human Rights Watch cuando descubrió la existencia escandalosa de un ejército de niños que en las Farc son cuatro de cada diez guerrilleros; en el ELN son el 44% de su personal en filas; y en las Autodefensas son el 40%, o sea 11.080 niños en armas.

Los grupos armados ilegales son conscientes de la violación de las leyes que significan estos reclutamientos y por eso se dan hechos como los que testimonian los desmovilizados. Antes de la desmovilización en las Autodefensas hubo una operación de ocultamiento de los niños que había en sus filas. “Nos reunieron y dijeron que afuera los careniñas, nos dieron a cada uno 2 millones, nos llevaron al pueblo y hasta luego”. Fue el recurso tramposo de los paras para esconder su reclutamiento infantil. Más tarde, cuando 31.670 paramilitares entregaron sus armas, solamente reportaron 426 menores, una cifra mínima que las investigaciones contradecían abiertamente.

Los ojos de los niñosDesde-Colombia-con-las-comunidades-campesinas-en-r6

“Del total de menores involucrados de manera directa en el conflicto armado, 18% de estos niños ha matado por lo menos una vez; 60% ha visto matar; 70% ha visto cadáveres mutilados; 25% ha visto secuestrar; 13% ha secuestrado; 18% ha visto torturar; 40% ha disparado contra alguien alguna vez y 28% ha sido herido” (Nina Winkler, experta en estrés postraumático).

La pesadilla

El niño armado vive una constante pesadilla que va y viene cuando despierta, o sea, en el momento de reintegro a la vida civil. “Yo no quiero nada de ellos, nada porque a mí ya me dio muy duro esta vaina, no quiero saber nada, nada de armas ni nada”, le dijo a una trabajadora social un muchacho de 16 años que había logrado salirse de las filas del ELN.

La reconstrucción de esa pesadilla vivida por este y otros jóvenes exguerrilleros o exparamilitares permite detallar la marca interior con que estos niños regresan a la vida después de la guerra y los requerimientos de una reconstrucción y retorno a la vida en sociedad.

Desde-Colombia-con-las-comunidades-campesinas-en-r4Como esas familias que, después de una avalancha, regresan a sus casas y solo encuentran ruinas, estos jóvenes se ven confundidos y al borde de la desesperanza al descubrir que han sobrevivido pero en ruinas. Eso fue lo que reveló el estudio de Bienestar Familiar con 214 exguerrilleros entre los 11 y los 18 años.

Ese estudio sirve en este momento para planear el tratamiento de 2.090 niños y adolescentes rescatados de las filas de los grupos armados ilegales.

Como la placa de una radiografía, el estudio ha dejado al descubierto las heridas interiores que les ha dejado la guerra. Los investigadores se alarman al observar, por ejemplo, el preocupante resultado de “una proyección de vida muy pobre. Su visión de futuro aparece altamente perturbada”, como si nada pudiera sorprenderlos o ilusionarlos después del desgaste emocional de la guerra.

También es motivo de preocupación el bajísimo nivel de su capacidad para distinguir entre el bien y el mal; a tal punto han sido perturbadoras y demoledoras las prácticas e imposiciones que recibieron como parte de la disciplina militar guerrillera.

Igual que los mutilados por las minas antipersonales, o los que han padecido desaparición forzada, en ellos se presentan palpitaciones, sudoraciones, cosquilleos o entumecimientos en la espalda. El esfuerzo para asimilar situaciones inesperadas y dramáticas, lo mismo que la confrontación armada con el enemigo o los conflictos internos con superiores autoritarios y engreídos les han dejado un estado de extenuación moral que les impide la reacción positiva y creadora de la resiliencia.

Aún más destructora es la soledad de los niños y adolescentes que, al regreso, no encuentran a ninguno de los suyos, que han sido desplazados o muertos.

Después de la guerra

En los estudios de estrés postraumático los sicólogos encontraron que tres de cada diez niños excombatientes tienen ideas de suicidio, otros encuentran en el alcohol y las drogas ilegales un escape a esos traumas, muchos se vuelven agresivos. Muchos vuelven a la guerra porque allá descubren que suprimen los síntomas del trauma.

Las cinco mil historias clínicas que Reporteros Sin Fronteras utilizaron como base de su informe mostraron una significativa coincidencia con el estudio de Bienestar Familiar. Estos niños que pasaron por la experiencia destructora de la guerra son personas incapaces de sosiego, de alegría o de confianza; irritables y físicamente adoloridos, inestables y en constante excitación, parecen incapaces de hacer vida en común y más predispuestos a una destructiva soledad.

Las que les presentaron como prácticas de entrenamiento desde el día en que entraron al grupo armado fueron el comienzo de su perversión. A lo largo de todo su temprano ejercicio militar, se les fue apagando el amor a la vida y creció, en cambio, su relación con la muerte.

La muerte, señora y maestra

Gabriel-VasquezCuando uno los oye hablar a veces cree que desvarían; pero la verdad de sus relatos aparece con toda su crudeza cuando brillan las reveladoras coincidencias de sus historias. Todo en el grupo armado parece deliberada y fríamente ordenado para atacar y deformar la mente de los niños, objetivo que alcanzan sin muchos refinamientos pedagógicos, dada la maleabilidad de la mente infantil. Actividades como la de aprender, reaprender, copiar o exponer el reglamento; clases sobre las técnicas para desmembrar un cadáver; o la imposición de llevar a cuestas un cadáver, o la de cargar en su mochila una cabeza, un brazo, una pierna hasta que se descompongan, son ataques certeros a la mente del niño que registra, retiene y hace parte de su vida la macabra experiencia.

Anota Camilo Bácares, de quien son las entrevistas que ilustran esta crónica, “la muerte es la constante de las acciones del niño guerrillero, mata para seguir con vida o muere a manos de otro” (Los pequeños ejércitos, Bogotá: Magisterio, 2014, 133).

Estar entre la vida y la muerte, situación que en una vida normal es infrecuente, es una rutina en la vida del niño guerrillero. El valor que sus superiores puedan reconocerle está asociado a su capacidad de matar, de modo que la admiración que cualquier niño tiene por James o por Messi en estos niños se traslada a los que matan: “yo tenía dos metas, ajustar 300 muertos y salir de urbano”, decía sin pestañear un muchacho de 16 años después de su experiencia en las Autodefensas.

El destete del niño guerrillero se hace con la experiencia de ver matar, de matar o de desmembrar un cadáver, y su vida transcurre entre leyes de muerte que muestran el asesinato como la solución para cualquier problema. Las diferencias personales, los celos o las antipatías con los compañeros se pueden resolver entre el fragor de un combate, volviendo el arma contra el compañero.

El sentir de un niño desaparece dentro de un nuevo orden en el que el permanente peligro de morir crea una disposición para la muerte, que vuelve vacía la vida cuando aún no se han vivido 15 años.

Uno de los entrenamientos más comunes se hace con el ejercicio de tomar una base enemiga, que deja de ser un juego de adolescentes o de niños para convertirse en la macabra posibilidad real de matar o ser matado.

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Pierden la capacidad de distinguir entre el bien y el mal

Observa Bácares sobre las prácticas de los paramilitares; “para esta organización es importante reclutar un número amplio, pues tienen la seguridad de que buena parte de ellos morirá en el entrenamiento” (99). Se mataba una persona al azar o a los que se enfermaban o renegaban o carecían de virtudes para la guerra. Eliminado por el instructor, facilitaba las tareas de picar o descuartizar a una persona, conocimientos básicos para un paramilitar (cf. 99).

La experiencia de la muerte para el niño guerrillero aparece como un episodio solemne y dramático cuando el grupo guerrillero aplica la pena de muerte porque va antecedida de un consejo de guerra que vuelve común la responsabilidad de la ejecución: “uno vota que lo maten o lo dejen vivo. Cuando lo matan es a conciencia de toda la gente”, contaba una exguerrillera de las Farc, de 16 años.

Entre paramilitares las ejecuciones las decide el comandante a cargo.

El objetivo de estas prácticas es la creación de una pasividad total del niño reclutado ante la muerte, “Ya uno dice, si me pongo nostálgico, me dicen que no sirvo y me matan. Pero si me pongo revoltoso, también me matan”. Decía un antiguo paramilitar de 17 años.

La muerte en la guerrilla es el recurso para todo, aprenden niños y adolescentes. “Le hice los tres tiros al man y crucé por encima de él. Desde allí, de verdad, se me pasó el miedo”, recordaba un muchacho de 16 años del ELN; “entre más mate, más fama coge”, decía un muchacho de 17 años que había pertenecido a las Autodefensas.

Sí o sí

“Entonces me colocaron un pasamontañas y me llevaron; después que me lo quitaron aparecí en el monte y me dijo un comandante que si seguía llorando me mataba. Me tenía que tragar las lágrimas y que de ahora en adelante era para ellos uno más del grupo” (Muchacho de 15 años de las AUC).

Así logran el acostumbramiento del niño a la muerte y el desdén por la vida.

Para el mundo fue una sorpresa el ataque suicida a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de setiembre de 2001. Los terroristas sabían que morirían en el atentado y lo ejecutaron.

Lo escalofriante es que entre estos niños guerrilleros se ha creado, con disciplina y crueldad, el mismo ímpetu suicida que en aquellos fanáticos religiosos habían alimentado sus creencias. Oírle a un muchacho de 17 años, ex guerrillero de las Farc, que “para uno ingresar al grupo tiene que estar decidido a morir: es uno de los retos que se viven en la milicia”.

Una urgencia social

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Los datos consignados hasta aquí son el marco necesario para entender la urgencia con que el Secretario General de las Naciones Unidas pidió la protección de los niños a pesar de que inexplicablemente en la agenda del proceso que se desarrolla en La Habana no se contempla el tema de los niños.

Señaló la urgencia de su pedido con el contundente lenguaje de los hechos: 83 niños mutilados en combate; 11 niños muertos; 28 heridos por minas antipersonales.

La respuesta de las Farc dejó la clara sensación de que la solución aún es lejana. Comenzó con una mentira al decir que esos niños “están refugiados en sus campamentos”. Basta oír testimonios como los consignados hasta aquí para saber que en esos campamentos no hay refugio para nadie; y el anuncio de que se pactaría la entrega de los niños en el ciclo que entonces comenzaba y ahora está terminando también fue una promesa vacía que aún espera un cabal cumplimiento en defensa de los niños y de la decencia de la humanidad.

Javier Darío Restrepo

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