Editorial

Madrid ya tiene un nuevo servidor

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Osoro necesita poder inaugurar su ministerio sin hipotecas ni tutelajes, con leal colaboración

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VIDA NUEVA | Llega un nuevo pastor a Madrid, un nuevo servidor de la comunidad cristiana que peregrina en estas tierras. Y llega acompañado de mucha expectación, externa e interna. La primera viene marcada en grandes titulares que le señalan la hoja de ruta derivada de la etiqueta que le han colgado de “franciscano”, por su sintonía con el papa Bergoglio.

Esa expectativa es comprensible, pues adonde llega Carlos Osoro es a Madrid, una diócesis con personalidad propia, y a cerrar la etapa del eclesiástico con más personalidad de las dos últimas décadas, con la que ha marcado la fisonomía del episcopado y la pastoral de la Iglesia en España en ese tiempo. Estas circunstancias hacen que Osoro desembarque en Madrid con una parte de su trabajo hecha. Y es que esta acogida externa, propiciada por los medios de comunicación, demuestra que incluso quienes miran con desdén a la Iglesia están dispuestos a darle un voto de confianza como hicieron con Francisco. Y eso –que suscitará algún recelo interno– le da un margen de actuación relativamente cómodo hasta que logre hacerse con lo nuclear: el gobierno efectivo de la diócesis.

Carlos Osoro arzobispo de Valencia y Enrique Benavent nuevo obispo de Tortosa

Carlos Osoro y Enrique Benavent.

Probablemente Osoro pase con nota el examen externo. Él es uno de los obispos españoles que mejor ha sabido adaptarse públicamente al lenguaje y gestos de un Papa que se ha revelado como un portento comunicativo. El celebrado detalle –inédito entre tanto envaramiento clerical por estos pagos– de telefonear a su sucesor en Valencia ante las cámaras que grababan su primer saludo como arzobispo electo de Madrid es buena prueba de ello.

Por otra parte, la acogida interna no debiera ir peor; antes al contrario. Llega un sucesor de los apóstoles, que caminaban con el Señor, a acompañar ahora el camino de unos fieles que a veces se han sentido atribulados. Habrá, pues, de tomar el pulso a una comunidad rica en su pluralidad, que ciertamente muestra las aguas remansadas, pero donde la unidad y la comunión aún tienen camino que recorrer, pues no basta invocarlas para que cristalicen sin más.

Madrid tiene reciente aún su Sínodo, pero las esperanzas que generó no se han visto satisfechas. Muchos de sus fieles –y desde luego el conjunto de la sociedad madrileña– esperan una Iglesia audaz en sus propuestas de diálogo con el mundo, en vanguardia en su compromiso evangélico contra todo tipo de pobrezas e injusticias en un espacio geográfico en donde el lujo y la miseria conviven a pocas manzanas; con una efectiva corresponsabilidad laical y donde las comunidades cristianas estén centradas en el verdadero Señor de la diócesis, y todo presidido por la caridad.

Para este nuevo modo pastoral –que pasa por lo que pide Francisco, una vuelta a lo esencial, al Evangelio–, Osoro necesita que le dejen las manos libres, inaugurar su ministerio sin hipotecas ni tutelajes, con leal colaboración. Es de suponer que, tres años después de que fuese presentada la renuncia por su predecesor, todo ha de estar engrasado para la efectiva y afectiva acogida, aunque se susciten dudas viendo cómo en el Arzobispado de Madrid, el día que su nuevo pastor le enviaba su primer saludo (lo que no se improvisa de un día para otro), parecía cerrado por vacaciones.

En el n 2.907 de Vida Nueva

 

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