Editorial

Convertirse a las víctimas

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El miércoles 8 de noviembre, el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, entregó oficialmente su informe antiabusos al presidente de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omella. En paralelo, los obispos maduran qué hacer con la auditoría encargada al bufete Cremades & Calvo-Sotelo ante sus demoras en la entrega. Mientras tanto, sigue el goteo de denuncias y sentencias, al igual que se sucede el peregrinar de víctimas a las oficinas de atención.



Lo experimentan de primera mano en Repara, el proyecto integral de acompañamiento de Madrid, que se ha convertido en un oasis profético para luchar contra esta lacra. Al frente de este equipo interdisciplinar se encuentra José Cobo, que puso los cimientos cuando no vislumbraba ni pretendía acabar como cardenal arzobispo de Madrid.

Ahora, con la experiencia que otorga el encuentro cotidiano con quienes han sufrido las vejaciones tanto en el ámbito eclesial como fuera, cuenta con el recorrido suficiente, no para elaborar un ‘informe’ paralelo al del Defensor del Pueblo y el de Cremades, pero sí, al menos, contar con indicadores suficientes para calibrar el alcance de la crisis y saber cómo responder, tanto en materia restaurativa como de prevención.

Así lo pone de manifiesto Cobo en conversación con Vida Nueva, unas reflexiones que van en la línea de las reivindicaciones que exponen en esta revista las asesoras de la Comisión conformada por Ángel Gabilondo. Todos coinciden en poner –de una vez y sin excusas– a las víctimas en el centro, abandonando todo prejuicio y cualquier tentación de tacharlas, de forma más o menos sibilina, como enemigos de la Iglesia. Esto implica dejar a un lado todo miedo y corporativismo.

‘In dubio pro víctima’

Entre otras medidas, ello se debería traducir en aplicar el principio ‘in dubio pro víctima’, esto es, sin eliminar la presunción de inocencia, tratar a las víctimas como tales. Esta apuesta debería traducirse en que no se las arrincone en los procesos canónicos, puesto que, hoy por hoy, una vez interpuesta su denuncia en instancias eclesiales, no se les vuelve a informar durante años en ninguna de las fases hasta la resolución final, cuando, lejos de entregarles la sentencia como al victimario, a lo sumo se la leen.

Así pues, más allá de la controversia que pueda generar la extrapolación de un sondeo demoscópico y de los condenables intentos ideológicos de utilizar esta lacra como arma arrojadiza, lo que sí parece meridianamente claro es que la Iglesia ha iniciado un camino de conversión personal y pastoral a las víctimas que, aun siendo tímido y tardío, no puede frenarse. Máxime cuando el horizonte lo marca un Jesús de Nazaret que no deja lugar a dudas a sus discíspulos: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.

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