Repara, el otro informe que brota de las víctimas

José Cobo entra en Repara como en su casa. Porque lo es. Se nota a la legua. Tiene su propio juego de llaves y se maneja en cada uno de los espacios. Los habita. Y los ha levantado. “En esa sala hemos llorado mucho”, apunta en voz baja cuando pasa a una pequeña sala con un sillón en color crema y un par de sofás de Ikea. No hay ni un signo religioso ni olor a sacristía para evitar cualquier rechazo del que llega. 



“Y aquí hemos tenido que montar un lugar para que puedan jugar los niños”, añade, reflejo de cómo ha crecido una iniciativa que ha introducido terapias de grupo y de familia, así como planes de formación en prevención al clero y a los agentes de pastoral, fruto de las necesidades de quienes llaman a su puerta: “Tenemos un volumen de solicitudes enormes que viene de toda España”.

A la vista está que el cardenal arzobispo de Madrid no se topó con este engranaje cuando asumió el pastoreo de la capital. Durante la pandemia, el entonces obispo auxiliar puso los cimientos de este proyecto de acompañamiento a víctimas, no solo eclesiales. Nunca se imaginó revestido de púrpura cuando, junto a un grupo de sacerdotes y laicos, buscaban dar respuesta al sufrimiento de quienes no tenían dónde ni con quién compartir las vejaciones a las que habían sido sometidas en la Iglesia, no solo las cometidas por los agresores, sino por el silencio o la culpabilización de su entorno.

Con el aval de su predecesor, el cardenal Carlos Osoro, admite que “apostar fue muy difícil porque costó convencer al entorno, no porque lo vieran mal, sino por puro miedo de remover estas cuestiones: me he pateado todas las vicarías dos y tres veces para explicar a los curas que esto no iba contra la Iglesia ni buscaba poner a los sacerdotes a los pies de los caballos, pero ahora veo que se empieza a entender”.

Tampoco oculta que tuvieron que ingeniárselas para buscar financiación. En nómina del actual equipo multidisciplinar hay dos profesionales de acogida, a los que se suman abogados, psicólogos y especialistas en acompañamiento que trabajan de forma voluntaria, pero sin rastro alguno de amateurismo. “No tenemos dinero para todo, pero tampoco podemos decirle a ninguna víctima que no. Intentamos remitirlas a sus diócesis de origen”, afirma.

Oficinas de denuncias

Cobo se detiene ahí, y lo que no dice es que algunas realizan un camino de ida y vuelta porque en las oficinas de atención exigidas por el Vaticano se topan con un muro en forma de un mail respondido con frialdad o de una conversación telefónica despachada de aquella manera. “Sin querer entrar en juicios de valor, tengo la sensación de que sí tenemos oficinas habilitadas, pero no sé hasta que punto de seguimiento y facilitadoras de la denuncia. Una cosa es tener una ventanilla y otra un equipo que pueda acompañar. Máxime, porque cuando la víctima llega, no quiere denunciar, busca ser escuchada, porque ha roto un silencio sepulcral de mucho tiempo o porque viene dando tumbos entre clérigos y familia que no le han creído o les han mareado”, relata.

La experiencia reconocida de Repara ha hecho que algunas diócesis estén exportando ya la fórmula, como León y Teruel. “Cuando desde la Conferencia Episcopal se buscó garantizar que cada diócesis tuviera el mínimo de la oficina, nosotros ya habíamos iniciado un camino que sentíamos que no podíamos frenar. Ahora tenemos más horas de vuelo que valoran algunas diócesis y a las que le hemos cedido todo lo que tenemos con solo dos condiciones: que respeten el proyecto de atender a víctimas, no solo de la Iglesia, y que se sumen al proyecto formativo y de aprendizaje que hay”.

Dicho, esto, surge la duda: ¿no hay medios para promover algo más que un ventanilla o no se quiere? “O las dos cosas”, sugiere el cardenal. “Apostar por un proyecto de acogida y acompañamiento personal desanima a priori porque requiere un esfuerzo y constancia mayor que tramitar una denuncia”.

Una herida de fe

Las víctimas que culminan el itinerario de Repara cierran el proceso en el arzobispado, en el despacho de Cobo: “Frente a otros que dicen que no hay que pedir perdón porque tú como obispo no has hecho nada directamente, yo creo que siempre hay que pedir perdón y no nos podemos cansar de hacerlo. Es como un madre que sabe que uno de sus hijos ha hecho algo malo y sabe que tiene que asumir la culpa”. Recientemente se ha reunido con un hombre que sufrió abusos en la infancia, le pidió hacer la primera comunión, casarse y bautizar a sus hijas.

“Así lo hicimos y fue una celebración de sanación y reconciliación plena”. No es el único caso. Hace poco, Cobo entró de la mano con una víctima a un templo. No se trataba de un gesto, sino se una barrera hasta ese instante infranqueable. “Después de pedir perdón, nos sentamos juntos en un banco y rezamos”. Es ahí donde el cardenal reconoce “la profundidad de la herida y lo mucho que podemos hacer por la reconciliación”. “No se trata solo de una herida de un abuso, sino de una herida de fe, con una pérdida de la identidad vital, porque es gente que cree en Dios. Toparte con las víctimas cara a cara es un mazazo que te invita a hacer las cosas de otra manera”, explica.

Uso ideológico de los números

Desde esa corresponsabilidad, acoge el Informe del Defensor del Pueblo, en el que han participado, entre otros, el coordinador de Repara, Miguel García-Baró. Lo aprecia por encima de la cuestionada extrapolación. “Esto es un disloque”, se le escapa en voz baja sin ser capaz de atrapar lo que ha verbalizado. A continuación explica que “los análisis demoscópicos tienen las limitaciones que tienen, no tiene sentido extrapolar esos datos como tampoco podemos quedarnos en la caza del número”.

“Objetivamente vamos viendo con el número de víctimas no es tan grande como otros esperaban. En cualquier caso, me preocupa los que están y no se saben, independientemente de que se sumen más o menos. Estoy convencido de que van a salir más víctimas en la medida que acompañemos su dolor. No nos debe dar pudor, es lo que tenemos que hacer”, advierte. Polémica aparte, califica el informe de “sosegado”, pues pone de relevancia también las responsabilidades de los poderes públicos, la gravedad de su alcance social o las lagunas en la educación afectiva. “Lo único malvado del informe es el uso ideológico que se puede hacer. El dolor es utilizar a la víctima como herramienta política y es cuando utilizamos los números o los porcentajes”, recalca.

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