Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Vivo en el paraíso


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Las habían dejado allí, en aquel frondoso jardín. Les habían asegurado que el tiempo era magnífico, que tendrían cosechas todo el año, que iban a encontrar sin problemas todo lo que necesitaban para vivir, que las lluvias copiosas les proporcionarían el agua necesaria… Se trataba de un verdadero paraíso, donde iban a encontrar todo lo que necesitaban para vivir.



Ellas soñaron despiertas, pensaron que no habría nada que hacer, que podrían tumbarse en sus hamacas y balancearse durante todo el día, esperando que llegase el momento de comer, de darse un baño o, simplemente, de pasear para disfrutar del paisaje. Parecía un buen plan para el resto de sus vidas, estar en un jardín que recordaba al del Edén, a aquel del que les habían hablado cuando de pequeñas les contaban el relato de la creación que se transmitía en su cultura.

Un regalo

Cuando llegaron todo parecía confirmar las promesas que les habían hecho. Allá donde miraban veían frutas, hortalizas, verduras, legumbres… Por la noche escuchaban el croar de las ranas y durante el día podían ver los peces desplazándose por el río. Animales domésticos paseaban tranquilamente por el jardín dispuestos a proveer de carne, leche y huevos a sus nuevas compañeras. Era un lugar precioso, bello, donde manaban la leche y la miel por todas sus esquinas. No podían más que sorprenderse y disfrutar del regalo que les habían dado.

Pero pronto se dieron cuenta de que no todo era tan sencillo como ellas habían previsto en un primer momento. La comida estaba ahí, pero había que recolectarla, había que cocinarla, había que ponerla en algún recipiente, tendrían que conservarla si querían comer de ella hasta que llegase la próxima cosecha.

También percibieron que si querían leche y miel había que ordeñar las hembras y recoger la miel de los panales, que tenían que pescar o cazar para comer proteínas animales, que el calor de la hoguera era necesario para cocinar y para no pasar frío y que para ello precisaban de leña que tenían que cortar, que para refugiarse de las inclemencias del tiempo tendrían que construirse algún refugio, sin él difícilmente podrían mantenerse secas los días que la lluvia regaba su jardín …

Se percataron de que el jardín del Edén precisaba ser trabajado y guardado. Que la belleza de lo que tenían adelante no podría mantenerse sin su concurso, sin que ellas fuesen quienes cultivasen y cuidasen todo lo que habían recibido. Había que responsabilizarse del regalo…