Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Vencer inercias


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Queramos o no, la física está más presente en nuestra existencia de lo que desearíamos… y esto lo dice una que, aunque estudió ciencias en el bachillerato (entonces BUP, que yo soy de las que fui a EGB), por deformación profesional ahora mismo soy casi más de letras… ¡y muertas! En estos días post-navideños noto de manera especial la fuerza que tiene la inercia, porque tardo unos días en recuperar rutinas y costumbres. De hecho, es muy probable que la semana de enero en la que nos reincorporamos al trabajo me resulte la más larga del año, siempre que no tengamos en cuenta el inicio de curso en septiembre, que es un mes que parece no acabar nunca. Y claro, puestos a responsabilizar a alguien de esta pereza vital, mejor culpar a la inercia, que no va a protestar demasiado.



El Evangelio de Mateo

Si no recuerdo mal mis clases de física, la inercia remite a esa tendencia que tienen los cuerpos a mantenerse en el estado en el que están, sea de reposo o de movimiento. Esto implica que se requiere una fuerza mayor para movilizar lo que está quieto o para detener aquello que se mueve. Vamos, que necesitamos echarle más ganas y fuerzas para empezar a trabajar después de las vacaciones que antes. Pero esto no solo nos ocurre con la transición de descanso a actividad, sino también en el día a día cotidiano. Nadie se libra de vivir impulsado por la inercia. Por mucho que esta pueda ser más o menos sana, más o menos oxigenante, es muy difícil que demos paso a cualquier cosa que nos rompa los esquemas, nos cambie la perspectiva y nos lance a lo desconocido. En esto, los Magos de Oriente, que hemos celebrado hace poquito y que nos dibuja Mateo en su evangelio, pueden darnos alguna pista.

Si leemos el relato mateano desde el prisma de esa inercia que obstaculiza el cambio de rumbo, hay dos momentos en los que esta gente sabia la vence con una soltura que ya quisiera yo para mí. Ya es difícil ser capaces de intuir señales ahí donde cualquiera solo descubre estrellas, como para, además, dejar la comodidad de lo conocido para ponerse en camino hacia lo incierto (Mt 2,2). No fue esta la única ocasión en la que se aventuran a lo que no conocían, pues el texto dice que, tras encontrarse con Jesús, volvieron “por otro camino” (Mt 2,12), que es lo que suele suceder si el encuentro con Él es verdadero. El año nuevo está plagado de buenas intenciones y nuevos propósitos que no siempre sobreviven a mediados de enero. Con todo, quizá nuestro mayor desafío pueda ser el de actuar como los Magos de Oriente y estar dispuestos a vencer esa inercia que nos impulsa a mantenernos “en lo nuestro” y a resistirnos a recorrer sendas que no nos resulten conocidas.