Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Todos bajo la misma tormenta, pero en distintos barcos


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La tormenta que se ha cernido con los efectos inacabados de la pandemia nos hace ver que cada persona, ciudad y comunidad ha vivido distinto el impacto. El Covid-19 nos deja ver la naturaleza sistémica y cíclica de los desastres.



Un desastre -en lenguaje de gestión de riesgos- ocurre cuando la amenaza nos impacta gravemente y excede nuestra capacidad de respuesta. Por qué un sismo de 8.5 en la Sierra de Oaxaca produce un mayor descalabro comunitario y no ocurre lo mismo que si ocurre en San Francisco o Los Angeles. Parte lo explica la idea de vulnerabilidad (la condición interna de esas personas o ciudades) pero hay otros términos relevantes de esa ecuación: las capacidades y fortalezas. Las personas o comunidades podrían tener muchas vulnerabilidades, pero también capacidades para enfrentarlas.

Con la lógica anterior, nos explicamos mucho de lo que ocurre hoy con el Covid-19. Esta crisis ha puesto a prueba la resiliencia entendida como “la capacidad de las personas, las comunidades, las organizaciones o los países expuestos a desastres, crisis y vulnerabilidades subyacentes para anticipar, prepararse, reducir el impacto, hacer frente y recuperarse de los efectos, de los choques y las tensiones sin comprometer las perspectivas a largo plazo” . [1]

Las inversiones previas a impacto de una crisis, los lazos de cohesión que puedan existir, los mecanismos de coordinación, las relaciones familiares fuertes, constituyen factores clave para que las personas y comunidades puedan ser resilientes ante las crisis. La resiliencia comunitaria es un bien común intangible que depende de la acción colectiva, vinculada a la gestión apropiada de los riesgos en un territorio determinado.

Las comunidades han tenido que gestionar escenarios extremadamente graves de salud pública y, paralelamente, han visto agudizarse las desigualdades existentes poniendo en el relieve una emergencia social traspasada por la desaceleración económica. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) ha anticipado para México que “los riesgos más importantes de esta crisis se encuentran en la reconfiguración de la distribución del ingreso de los hogares y la profundización de la pobreza y la desigualdad, las cuales ya presentaban niveles elevados en México”. [2] Las brechas en el acceso a los servicios esenciales de los sectores más vulnerables es probable que lleguen a acentuarse y ocasionen un retroceso de los logros en materia de superación de la pobreza y movilidad social. Precisamente, estos impactos hace que algunas personas se encuentren en pequeñas balsas y otros en un enorme trasatlántico con disminuidas capacidades para hacer frente.

Las ciudades y sus líderes tendrán el reto de reconfigurar sus servicios y hacerlos resilientes. La vivienda, los servicios básicos, la educación y el empleo tendrán que ser revisados para evitar procesos fragmentados e incluyentes de desarrollo. Tendrá para ello que aprenderse a gestionar los riesgos, lamentablemente sobre una dura lección de los errores de esta pandemia. San Agustín de Hipona escribió: “Errar es humano, más preservar (el error) es diabólico”. Ojalá como líderes de nuestras familias y pequeñas comunidades, aprendamos muy rápido las duras lecciones que ya otros o nosotros hemos cometido, asumiendo con valentía la necesidad de navegar distinto en lo que todavía falta de esta tormenta.

 

[1] IFRC Framework for Community Resilience. International Federation of Red Cross and Red Crescent Societies, Geneva, 201 p. 6.

[2] CONEVAL, La polìtica social en el contexto de la pandemia por el virus SARS-COV-2 (COVID-19) en México, 2020, p.5.