Remei Martínez: “Los migrantes son muy valientes y están llenos de esperanza”

  • En el libro ‘Pies descalzos’ se narra la historia de Ignace, un joven camerunés, que se lanza a la aventura de su vida desde las calles embarradas de Yaoundé hacia la libertad
  • Hoy la Conferencia Episcopal presenta su exhortación pastoral sobre las migraciones

‘Pies descalzos’ (Mensajero, 2024) narra la historia de Ignace, un joven camerunés, que se lanza a la aventura de su vida recorriendo un imponente viaje desde las calles embarradas de Yaoundé hacia la libertad. Es la primera obra de Remei Martínez Paredes, profesora y miembro del equipo de pastoral en un colegio y impulsora de la asociación IDJONG de apoyo de carácter económico y social en Camerún. La autora comparte con Vida Nueva su primera experiencia como autora coincidiendo con el día en que la Conferencia Episcopal presenta su exhortación pastoral sobre las migraciones. Este libro se presenta el jueves 16 de mayo, a las 20:00 h., en el Aula Magna del Colegio Nuestra Señora del Recuerdo de Madrid.


Una historia muy real

PREGUNTA- El protagonista de esta novela es Ignace, un joven camerunés, que emprende el viaje de su vida. ¿Por qué no es indiferente para usted que la historia comience en Camerún?

RESPUESTA- En 2013 estuve a punto de ir a Camerún con un proyecto de los jesuitas. Finalmente, por motivos personales y tras un largo discernimiento, tuve que abandonar la idea. Recuerdo que sentí mucha rabia e impotencia. En 2014, gracias a una amiga me fui a Etiopía y me enamoré del país y de su gente; y aunque se me había quedado la espinita de Camerún y volví a intentar ir, siempre acababa posponiendo la idea y seguí yendo cada verano a Etiopía.

Unos años más tarde Ignace y yo nos conocimos en Ceuta. Yo iba una Semana Santa a vivir la muerte y resurrección de Jesús a través de un acercamiento más profundo a la realidad de la inmigración, y él había llegado hacía dos meses a la ciudad española después de un camino muy largo.

Cuando en 2019 le acompañé en su vuelta a casa y pisé por primera vez Camerún me sentí muy agradecida. “Dios tenía estos planes para mí”, pensé. Conocer este país de su mano y de una manera tan especial mereció mucho la pena.

P.- Una novela es un relato de ficción, sin embargo ¿qué hay de verdad en esta historia?

R.- Realmente de ficción no hay prácticamente nada, salvo los nombres de los personajes (a excepción del protagonista). Ignace no ha querido dar detalles de las personas con las que se ha ido cruzando a lo largo de estos años, por respeto a ellas.

En cuanto a la historia que se cuenta, todo es real. Nos ha llevado mucho tiempo ir sacando los detalles del camino, algunos de ellos los tenía bastante enquistados, pero sin duda ha merecido la pena ya que, aunque eso haya abierto algunas heridas, también ha permitido sanarlas y que cicatricen bien. En parte ha sido una terapia, también para mí… He aprendido mucho.

Algunas personas cercanas me propusieron que le diera un toque ficticio, pero nunca me gustó la idea. Aunque algunas partes parezcan surrealistas, todo es real. Incluso hay algunas historias que Ignace ha preferido no compartir porque aún le duelen.

Descubrir la vocación

P.- ¿Por qué una veterinaria y miembro del equipo de pastoral del colegio donde es profesora escribe un libro así?

R.- Lo de veterinaria lo dejé pronto… En cuanto acabé la carrera vi que ese no era mi camino. Después de bastantes veranos yendo a Etiopía con las misioneras de la Comunidad Misionera de San Pablo Apóstol (donde he tenido unas experiencias de fe muy profundas), me di cuenta de que mi vocación no estaba en una clínica de animales.

La Pascua de Ceuta en el 2017 también para mí fue clave: conocí a mucha gente del mundo de la educación y lo vi algo más claro: estudiar el máster de educación en ESO y Bachillerato para dar clases a personas en situación de vulnerabilidad, o ser profesora de Secundaria para adultos en riesgo de exclusión o colectivos de inmigrantes… Pero al acabar de estudiar me ofrecieron entrar de profesora en el mismo colegio donde yo estudié, personalmente me costó mucho tomar la decisión. Finalmente me animé gracias a los consejos de Ignace y de otro amigo camerunés. Cuando les decía que yo prefería estar en otro tipo de contextos recuerdo que me decían: “¿Pero tú de dónde te crees que has salido? Con lo que a ti te gusta sensibilizar… ¿Acaso has vivido alguna vez sin luz? ¿Vas a contarles a personas que probablemente vivan sin luz lo que es vivir así? Tu sitio está aquí.”

Y aunque al principio me costó, puedo decir que ahora estoy muy contenta, y que le veo mucho sentido y misión a mi trabajo. Al fin y al cabo, yo siempre estaré eternamente agradecida a todas las personas que, desde la pequeña burbuja a la que pertenecía, me hablaron de otras realidades y me animaron a conocerlas a través de los ojos de Dios. Ha sido uno de los mayores regalos que he recibido.

P.- Puede sorprender que no solo se relata un viaje de ida… sin querer hacer demasiado spoiler ¿qué significa la vuelta años más tarde?

R.- La vuelta a Camerún también ha sido muy importante. Para Ignace, ver a su familia después de tantos años, cuando a lo largo del camino muchas veces pensó que nunca más los volvería a ver fue algo muy emocionante. Me siento privilegiada por haber podido vivir el reencuentro entre él y su madre después de tantos años sin verse. Ignace cuando volvemos es feliz, se le nota en la cara… No se le borra la sonrisa ni un segundo. Estar con los suyos, comiendo y bebiendo las cosas típicas de Camerún, pasear por su barrio… No necesita más. Aunque también ha habido momentos duros: por un lado, porque un inmigrante carga con el yugo de no pertenecer nunca más a ningún lugar; en Camerún pasa a ser “el que se fue” y, aunque vuelva de vez en cuando, nadie le considera ya el mismo.

Por otro, porque seguimos viendo el sufrimiento en el que viven todavía muchas personas (muchas de ellas muy cercanas). Así que sin duda estos viajes de vuelta nos han servido para no conformarnos, para seguir compartiendo este regalo tan bonito de vivir. Y gracias a ello creamos una asociación en su barrio y en su pueblo, con el objetivo de mejorar la vida de la gente de estas dos zonas.

Se nos parte el alma cuando alguno de los sobrinos de Ignace insinúan que algún día llegarán a Europa como “aventureros”. Por eso, con la asociación intentamos acompañar y crear oportunidades y recursos en esta zona, que es uno de los lugares de partida de estas odiseas inhumanas. Y aunque sea un tema un poco tabú, también intentamos hablar con los jóvenes sobre los riesgos reales que conlleva coger ese camino.

Frente al derrumbe

P.- Tras la historia de Ignace, ¿qué otras historias se esconden? ¿Qué más se podría contar?

R.- La historia de Ignace es una de tantas. Aunque es una historia que al final acaba bien. Desgraciadamente, muchas de las vidas que salen a la aventura se quedan enterradas en el desierto o ahogadas en el mar. Tengo amigos que aún siguen en Marruecos después de varios años viviendo en el bosque y que siguen intentando entrar a España de manera desesperada.

Cada persona tiene su historia, salen por motivos distintos y viven cosas diferentes, no se puede generalizar. Pero es verdad que todas las personas que yo he conocido cargan con una mochila muy pesada del propio camino, y que al llegar aquí además esa mochila se carga con temas burocráticos que muchas veces resultan en un laberinto sin salida. Hay mucho más sufrimiento detrás del que muchas veces nos imaginamos, y es muy difícil acercarse a estas historias sin sentir pena. Pero creo que la pena es un muro invisible que a veces nos impide relacionarnos de manera horizontal.

Cada historia es sagrada y solo me atrevería a generalizar para decir que las personas que llegan son muy valientes y están llenas de esperanza. 

P.- Entre los agradecimientos se recoge que los beneficios del libro, podríamos decir, se pueden transformar en capilla, ¿cuéntenos algo más de esta iniciativa?

R.- Como decía, hace un par de años creamos la asociación IDJONG. Por ahora nos centramos en la construcción de pozos de agua potable, educación, deporte y sensibilización. Pero cada vez que vamos y le preguntamos a su madre (como referente de las mujeres de su pueblo) en qué ven necesario que nos centremos, nos responden lo mismo: “Reconstruir la capilla del pueblo antes de que se derrumbe por completo.”

Ya que nos era difícil encontrar a alguien que nos financiara esta construcción (siempre es más fácil encontrar a gente dispuesta a construir un pozo, o reformar una escuela… algo más tangible), pensamos en llevar a cabo esta idea con la recaudación del libro. De hecho, es lo que animó a Ignace a dar el último empujón y decidir compartir su vida.

Reconstruir esa capilla en la que su madre rezó por él durante cinco años, y en la que muchas madres hoy en día siguen necesitando rezar por sus hijos. La oración de su madre a Ignace le dio mucha fuerza y le ayudó a seguir en muchos momentos del camino.

A mí me parece que todo esto habla de Resurrección. La muerte no es el final, y el sufrimiento de Ignace no se queda ahí, estancado en los bosques de Casiago o en las calles de Casablanca. Sino que de alguna manera se transforma (con el duelo suficiente) y puede dar vida y tener un sentido para otros; y no solo para el lector, que creo firmemente que le puede inspirar y ayudar en su propio camino personal.

Su madre siempre dice: “El consuelo de la oración muchas veces nos ayuda más que un trozo de pan”. Ojalá, aparte de seguir construyendo pozos, brindando asistencia sanitaria, realizando actividades para los niños o apoyando la educación, podamos llevar a cabo este proyecto tan bonito.

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