Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Semana Santa, un amor desmedido y desbordante


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Las cosas más importantes de la vida no se pueden explicar bien. Nos faltan y expresiones capaces de transmitir la hondura de esas vivencias. Estas solo se comprenden desde dentro cuando se ha vivido algo parecido y eso permite colocarte en la piel del otro e intuir lo que debe estar sintiendo. El amor y el dolor son dos de esas experiencias por las que todos pasamos de un modo u otro, pero a las que resulta difícil poner palabras.

Priorizar a la persona amada y su bien, por encima de las propias inquietudes y proyectos, puede malinterpretarse como falta de libertad. Pero quien ha experimentado la ‘lógica ilógica’ del amor entiende por dentro que es todo lo contrario, que no hay mayor libertad que decidir querer así. Plantear que ciertas maneras de vivir el sufrimiento pueden convertirnos en personas más sabias puede sonar a masoquismo, excepto para quienes han hecho experiencia de esa misteriosa capacidad que tiene el dolor de sacar nuestra mejor o peor versión.

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En Semana Santa, estas vivencias llegan al exceso, a la sin medida. El sufrimiento extremo de un justo ajusticiado injustamente que, en creyente, se nos convierte en salvación, porque es expresión de un amor desmedido y desbordante. Imposible abarcar todo esto. Somos incapaces de aprehender lo que celebramos en estos días, pero podemos vislumbrarlo de lejos cuando hemos saboreado en primera persona algo de amor entregado y algo de dolor. De lejos, que es desde donde las mujeres que seguían a Jesús se quedaron mirándole crucificado (Mc 15,40).