¿Qué te voy a decir que no sepas?


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Esta semana no sabía muy bien de qué hablar en la entrada del blog. He tenido la cabeza en un sitio mientras el mundo fuera de mí estaba en otro. ¿A ti no te pasa? Me imagino que sí.

Nuestras vidas parecen estar repletas de esas ocasiones en las que nos encontramos con dificultades de concentrar nuestra actividad del modo en que querríamos ponerla en práctica, mientras que levantar la mirada y ‘buscar musarañas’ en el aire se vuelve de lo más sencillo.



Esa ilusión

Estando yo en una de esas, miraba hacia la estantería donde tengo colocados los libros relacionados con el diseño y la creación de contenidos animados y uno de los títulos me llamó la atención. Se trata de ‘The illusion of life’, una obra originalmente publicada por Frank Thomas y Ollie Johnston en 1981. El título se puede traducir al castellano como ‘La ilusión de Vida’ o ‘La ilusión de la vida’. La obra es una exposición muy detallada sobre el proceso de creación de las películas y cortos animados de Disney durante las primeras décadas de ese estudio.

Los conceptos y principios detallados en la obra han ido evolucionando con el tiempo, adaptándose a las innovaciones técnicas, tecnológicas y culturales, pero la esencia sigue ahí, impregnando la práctica totalidad de las creaciones animadas que nuestros ojos consumen. Todo para conseguir hacernos creer que aquello que vemos en pantalla está vivo.

…nos intoxica

Pues mirando el lomo del libro pensaba yo que esa ‘Ilusión de Vida’ ya no está limitada a los fotogramas de las obras de animación, sino que parece haber permeado en la cultura global de manera silenciosa y, desde cierto punto de vista, perniciosa.

Una desproporcionada cantidad de personas en nuestro planeta viven sus vidas reales como si de una ficción se tratara, pasando los días de fantasía en fantasía fabricándose la ilusión de una vida real y auténtica.

En el libro de Frank Thomas y Ollie Johnston que comentaba antes se enumeran unos cuantos principios que ellos mismos ayudaron a desarrollar para hacer creer a las espectadoras que lo que se movía en la pantalla estaba vivo, tenía sentimientos y motivaciones propias.

Pues de igual manera nuestro modelo social se ha ido configurando con una serie de principios que se deben seguir si se desea que la persona de enfrente crea la ficción de la vida que estás construyendo.

Y eso nos está matando como especie. El ‘Homo sapiens’ muere. Vino el ‘Homo oeconomicus’ (el humano de la economía) y destrozó el modo en que administrábamos la Creación; pero este también evolucionó –o se especializó– dando lugar al ‘Homo theatrica’, el humano del teatro, de la ficción desmedida; ese ser humano que finge tantas veces y en tantos ámbitos diferentes que ha normalizado la mentira; peor, la ha vestido de bondad. En cualquier caso, uno u otro –o ambos– han propiciado la aparición de una especie de ser humano que nunca debió haber aparecido, el ‘Homo relicta’, el ser humano abandonado y descartado.

En la economía y las finanzas, en la empresa, en la política, en lo educativo, en las relaciones de amistad e incluso en la familia; la mentira, ya sea en forma de ficción autogenerada o de falsedad impuesta, se ha diseminado como el pequeño virus que ahora mismo nos tiene a todas en jaque.

Hay algo más allá afuera

Sucede, además, que aquellas personas que nos situamos en contra de esa forma de vivir, tenemos un difícil encaje social. Señalar lo que es incorrecto, ya no desde el punto de vista de la fe sino desde la propia ley natural, implica el rechazo y la soledad porque nos ocurre como al profeta Miqueas. Si te vas al primer libro de los Reyes, verás que en el capítulo 22 el rey de Israel le ha tomado manía a Miqueas porque, al contrario que los cuatrocientos profetas aduladores, de él solo recibe noticias de mal agüero. Le dice a Josafat: “Ya te lo decía: éste nunca profetiza algo bueno sino sólo cosas malas” (1Re 22, 18). Salirse de los estrictos principios establecidos socialmente para cada ámbito de la existencia no está bien visto, especialmente si esta salida supone la no-adulación de esa vida fingida.

Los principios de la animación deberían quedarse ahí, en los fotogramas, al igual que los de la cinematografía de carne y hueso.

A mí no me deis la ilusión de Vida, sino una vida repleta de ilusión.