Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

¿Qué esperas del nuevo curso?


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Fue Kant quien sintetizó prácticamente todo el pensamiento bajo cuatro preguntas radicales, la última como compendio de todo lo demás. La tercera, no pocas veces olvidada: ¿Qué cabe esperar? En esta cuestión, el filósofo, muy amigo de no comer solo y de buenas sobremesas, encontró a Dios. El Unamuno más maduro, ansiado y angustiado siempre con la carne y el hueso, deseaba que sus esperanzas fueran realidad. Pero Pandora y sus misterios le impedían dar crédito a lo más hondo de su corazón. Para él, el deseo y la esperanza vivían en conflicto, pese a todo compromiso y voluntad.

Simon Weil, la extraordinaria mujer y filósofa francesa, convertida por sus propios pensamientos, olvidó citar la esperanza entre las necesidades del alma. Sin embargo, habla de la verdad como “la más sagrada (necesidad del alma) de todas. Hombres (y mujeres) que trabajan ocho horas diarias hacen el gran esfuerzo de leer por la noche para instruirse”. ¿Esperando qué? Quizá lo que Balthasar expresa en un maravilloso último capítulo sobre ‘Los puntos centrales de la fe’, titulado con contundencia: “Atenerse a lo Incontenible”. En cuyo primer párrafo dice lo siguiente: “Atenernos a lo último, únicamente a lo Incontenible, a lo que no podemos enjaular entre paréntesis ni domesticar, con lo que solo podemos entablar contacto si nos entregamos a ello. Si le “dejamos ser”, como explican con agudeza esas dos últimas palabritas de Kierkegaard”.

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¿Qué esperar de este nuevo curso? Todo lo posible. Como esperanza, todo lo posible. Como cálculo, la pretensión de domesticar lo inabarcable. La vida es, en gran medida, una sorpresa de la que, pese a las múltiples enseñanzas, se va aprendido poco y muy poco a poco. A toro pasado, surgen medio-sabios en forma de poetas. Pero la vida enfrentada de cara es un puro misterio, del que se desechan muchas veces los males y a esa vida plena cargada de regalos inmerecidos se llama banalmente esperanza.

Desear y esperar no son exactamente lo mismo. Para unos los deseos son puras concupiscencias nacidas directamente la carne, al modo como Pablo la entiende. Para otros, los deseos son ecos poco menos que del mismo Espíritu Santo habitando el corazón de cada persona en modo de susurro que va y viene, pero siempre da fundamento a un diálogo constante. Para algunos más, un reducto, están llamados a encontrarse. Y el auténtico deseo del corazón brinda la ocasión de una esperanza absoluta, como mirada dirigida sobre lo posible y no realizado del todo. Una tensión que mantienen con confianza, sabedores y deudores de una vida que no es del todo propia.