¿Puede la ciencia responder a la pregunta por nuestros orígenes?


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En una entrevista realizada por Adeline Marcos en ‘El País’ al famoso paleontropólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de las excavaciones de Atapuerca, el ilustre científico hace afirmaciones como las siguientes: “Como no nos creó un dios, es esperable que las especies absorban genes unas de otras. Solo un creacionista podría pensar que las especies son puras, separadas y que no tienen contacto con otras”. O esta otra: “La religión da una explicación falsa [a la pregunta por nuestros orígenes] y los científicos lo explicamos”.

Hoy día sorprende ese optimismo cientifista –muy decimonónico, por otra parte– que pretende tener una respuesta tan clara y rotunda a las preguntas existenciales que constituyen al ser humano como tal. Preguntas que han recibido a lo largo de la historia no solo respuestas variadas, sino, quizá lo más importante, que han sido enunciadas desde niveles y con lógicas y lenguajes diversos. Esta diferencia de nivel, lógica y lenguaje es precisamente lo que parece que el profesor Arsuaga no alcanza a distinguir, poniendo en el mismo plano ciencia y religión.

El reino de la ciencia es fundamentalmente el del “cómo”: cómo han surgido las cosas que son, ya se trate del cosmos o del ser humano. El reino de la religión –o de la filosofía–, en cambio, es el del “qué”, el “por qué” e incluso el “para qué”, es decir, el del sentido: qué es el hombre o por qué y para qué está en el mundo. Fuera de sus respectivos ámbitos, tanto las palabras de la ciencia como las de la religión carecen de autoridad.

Con respecto al ser humano, el texto bíblico dice que es creación de Dios. Pero no una criatura más, sino aquella que, a pesar de su pequeñez, comparte el aliento divino y, por tanto, cuya presencia en el mundo tiene como finalidad generar vida y cuidar del resto de la creación, es decir, parecerse a su Creador.

El Salmo 8 lo dirá poéticamente: “Qué es el hombre para que te acuerdes de él […] lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies” (vv. 5-7).