Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Profesionales vocacionales


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El primer elemento que debemos regalar a nuestros alumnos es la noción de vocación. En un mundo en el que gran parte de las personas eligen sus estudios según las salidas que tienen, las posibilidades de hacerse ricos o los ingresos que van a percibir, tenemos saber mostrar las ventajas que tiene elegir una profesión que nos guste, que no nos cueste realizar, en la que sentimos que no trabajamos sino que hacemos lo que nos place y encima recibimos un salario por ello.



Para ello, hay que insistir a nuestros alumnos sobre las dos dimensiones del trabajo que van más allá de la de ganarse la vida. Me refiero a las recogidas por la Encíclica ‘Laborem Exercens 2’, la subjetiva y la objetiva. La primera es esencial para nuestro desarrollo como personas, porque el trabajo nos permite ser más y mejores personas, desarrollarnos, madurar y crecer en sabiduría. Porque la labor que realizamos no solo nos permite llevar una vida plena por el dinero que ganamos con él, sino también porque nos ayuda a desarrollar todas las potencialidades que tenemos como personas.

Por ello, lo mejor es llevar adelante una actividad en la que nos sintamos a gusto, en la que no tengamos que hacer más esfuerzos que los que requiere la propia labor que realizamos. Hay que tener en cuenta que vamos a pasar muchas horas de nuestra vida realizando la labor que hemos elegido, y ese no puede, ni debe, ser un tiempo de sufrimiento y frustración, sino momentos en los que nos sentimos bien haciendo un trabajo que nos gusta, que nos satisface y que nos ayuda a crecer.

Nuestro grano de arena

El segundo gran motivo es la dimensión objetiva de nuestro trabajo, es decir, cómo a través de él colaboramos en la construcción de nuestro mundo, en que todo funcione correctamente, en que el bien común sea una realidad en el lugar en el que nos encontramos. Para que nuestra colaboración sea óptima, es mejor hacer aquello que sabemos hacemos mejor, aquello que nos cuesta menos esfuerzo, aquello que hacemos más a gusto y en lo que somos más productivos. La mejor manera de aportar nuestro grano de arena a la sociedad es que podamos hacerlo a través de la actividad para la que estamos mejor dispuestos.

Por último hay que recordarles el origen de la palabra vocación, que no es otro que “vocatio”, es decir, llamada. Tener una vocación es sentir una llamada a hacer algo, a dedicarnos a algo. A veces, esa llamada viene por lo que hemos visto en casa (¡Cuántos médicos lo son porque lo han visto en alguno de sus padres!) o por un profesor que nos ha influido, o por alguna película o libro que hemos leído, o por cualquier otro motivo. En ocasiones, desconocemos el porqué de nuestra llamada. Pero en todo caso, debemos descubrirla y nuestras escuelas no solo tienen que educar en la vocación, sino acompañar a los alumnos a encontrarla correctamente.