Prepara la mecha, que esto arde


Compartir

Mi parroquia de referencia es sencilla, austera en lo estético. La comunidad estable de fieles, quienes de un modo u otro nos conocemos y reconocemos a lo largo del tiempo, no está acostumbrada a espectaculares despliegues materiales, ni en el tiempo ordinario ni en los tiempos especiales como este Adviento que acabamos de comenzar.



Duerme tranquila, la humildad no genera sarpullido.

Un inciso. 

El quinto capítulo de la primera carta de Pedro es muy bonito, extremadamente sugerente y, con la misma intensidad, olvidado con frecuencia. En el versículo número cinco dice:

“También ustedes, los más jóvenes, sean sumisos a la autoridad de los Ancianos. Traten de rivalizar en sencillez y humildad unos con otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes (1Pe 5, 5)”.

¿Te fijaste en la segunda parte? Rivalizar en sencillez y humildad. 

Tremenda interpelación. 

Ahora echa un vistazo a Twitter, o al noticiero de TV o asoma la cabeza por el balcón. ¿Acaso no se sacan las luces más bonitas, los belenes más grandes, la música más “navideña” o la oferta más previsora de cara al gasto de las fiestas? Todo eso son ecos y reflejos de la tan poco integradora expresión “a ver quién la tiene más larga”. 

Escuchaba hoy en la homilía un análisis muy acertado de esas cosas que ocuparán la cabeza durante el Adviento: el número de personas que se podrán reunir, las luces, los gastos… y de lo mucho que desplazan a lo verdaderamente esencial de este tiempo de preparación.

¡Velad!

Siguiendo con la decoración austera de “mi parroquia” que comentaba al principio, tanto en Adviento como en Cuaresma el templo se adorna de manera sencilla con unas pocas letras recortadas en papel de colores que se adhieren a la pared que hay detrás del altar y que indican el tiempo concreto que se vive. Ahora mismo está escrito: “Adviento 2020”. 

Justo debajo se añade una frase (también en letras recortadas) que resume lo esencial de las lecturas de cada semana. Hoy, con el comienzo del Adviento, se leía ”Velad” (cf. Mc 13, 33-37).

Y se me ocurría que es una invitación muy completa, porque tiene tres concreciones personales que abarcan varias dimensiones de nuestra vida. 

De una parte, ese “velad” implica vigilancia. Significa, por ejemplo, permanecer alerta para saber reconocer a Jesús en el rostro de la persona que tengo enfrente, con independencia de la distancia que nos separe.

En segundo lugar, se me ocurre que otra invitación añade un significado extra a ese “velad”, el de “encended velas”.

Encendedlas allá donde viváis, donde habléis, donde respiréis. De esa manera, con la luz del sendero permanentemente iluminada, no perderéis de vista lo que de verdad nos espera en el horizonte, el nacimiento del Cristo de Dios, que tan diluido puede quedar si nos dejamos llevar por la ola de consumo desmedido que se respira en todo el planeta. Así, cuando proclamemos aquello de “Hoy nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”, la expectación será tan grande que podremos maravillarnos ante la grandeza de lo humilde y lo discreto. 

Y, por último, me gustaría resaltar la natural evolución de la anterior invitación en otra. Podríamos pasar de “encender velas” a “ser velas”, para que el camino hacia la Navidad no sea solo nuestro. Qué bonita escena se dibuja en mi cabeza cuando imagino que gracias a la sencillez de nuestra vida, iluminadora en medio de un universo oscuro, la persona perdida podría encontrar también la ruta hacia la Navidad. Allá, frente al pequeño Jesús recién llegado al mundo, podríamos soñar juntas una realidad común, dialogada e integradora, en la que los bordes del camino estuvieran repletos de flores y no de personas descartadas. 

Ojalá sepamos conjugar ese “velad” con la palabra humildad, para que la espera humilde no nos lleve a competir en el tamaño de nuestras obras o de las cuestiones materiales. 

Recuerda que cuando llegues a la cueva de Belén, al pesebre, sabrás si has velado correctamente cuando te sobrecoja el increible misterio de un rey que se encarna en lo débil y repudiado. Si tu desilusión frente a la falta de omnipotencia te lleva a sobremagnificar al recién nacido, bien podrías anotarlo para revisar tu camino de Adviento para el año que viene. 

Velad.

Esperad, encended, sed.