Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

No vas solo


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La Dirección General de Tráfico inició hace unos días la campaña por los desplazamientos de Semana Santa aquí en España. Siempre aprovecha los carteles luminosos para lanzar mensajes diversos que, con mayor o menor fortuna, nos predispongan a conducir con prudencia y respeto, de manera que cada año sean menores los accidentes y las muertes en carretera.



Me ha llamado la atención uno especialmente: ‘NO VAS SOLO’. Y, seguidamente, aparece: ‘CONDUCIR ES COMPARTIR’. Llevo viéndolo varios días cuando voy al trabajo. Después he visto en la publicidad que añaden: “Más de 40 millones de desplazamientos y todavía algunos… piensan que van solos”, acompañado de distintas imágenes donde distintas personas conducen como si fueran los únicos que existen: puertas que se abren sin mirar, giros, adelantamientos…

Me ha hecho pensar porque si nos pasa conduciendo el coche, creo que también nos pasa conduciéndonos en la vida. Al menos, a mí.

Los otros existen

Unas veces es por despiste: nos falta atención porque nos falta poner un poco más de cuidado (esa señal inequívoca del amor) en lo que hacemos y en cómo lo hacemos. Y como vamos despistados, arramplamos con quien esté a nuestro lado sin darnos cuenta la mayoría de las veces.

Otras veces no es tan inocuo. Nos creemos de verdad que somos las únicas personas del planeta a las que les pasan cosas, las únicas que arrastran dolores, luchas, pérdidas, desconsuelos, injusticias… Y nos sentimos con derecho a ir por la vida conduciendo “pese a quien pese”. Como si el que está al lado intentando gestionar sus historias lo mejor posible no tuviera derecho a nada más que a dejarnos paso.

Puede que no estemos en disposición de pararnos a escuchar al otro, de sonreír sin motivo aparente con el único objetivo de hacer más amable el día a quienes nos rodean o de preguntar de vez en cuando por algo que no sea yo mismo y mis intereses. Pero, al menos, caer en la cuenta de que los demás existen tanto como yo, no sería poca cosa. Porque no vamos solos por la vida, porque nuestros acelerones, cambios bruscos de marcha o giros indebidos no afectan solo a nuestro propio coche y trayectoria: antes o después, seguro que complican la vida de un tercero que, quizá, ni siquiera hemos visto por el retrovisor.

Ganar en consciencia

Puede que no estemos en disposición de dar la vida, de hacer silencio, de arrostrar la vida del mundo, como celebramos en la Pasión estos días Santos, recordando a un tal Jesús. Pero, entre procesión y procesión, entre celebración y descanso, igual sí podríamos al menos ganar en consciencia y en sentido cívico: comenzamos por el tráfico, seguimos por el trato amable y empático e igual hasta llegamos a vivirnos con más humildad y delicadeza. ¡Quién sabe!

¿Te imaginas que al ver que otro vehículo -otra persona- quiere incorporarse a nuestro carril atestado de coches, en lugar de acelerar, paráramos y abriéramos un espacio para que pueda continuar sin violencia ni apretones? ¿Te imaginas que cuando el coche se te cala y la vida se te encasquilla, quien está al lado no toque el claxon, ni te ponga las luces largas ni te adelante mirándote con cara de juez implacable? ¿Te imaginas que celebrar la Pasión del Nazareno nos agrandara el deseo de ser humanos y de tratarnos bien unos a otros en esta carretera compartida por la que todos transitamos? Puede que no sea un argumento muy litúrgico pero quizá nos ayudara a vivir más seguros y con menos riesgo de accidentarnos cada vez que salimos de casa. De cualquier casa.