Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Ni una de mis vacas


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Hace unos días me enteré de que existe el Centro de Humanización de la Salud de Madrid. Los seres humanos, que yo pensé que “humanos” éramos por derecho propio, hemos tenido que crear centros de humanización de la salud. Lo lastimoso es que tampoco vendrían mal centros de humanización de la educación, de la economía, de la política, de las relaciones laborales, de la familia, de… Sorprendentemente, y pronto lo anunció el Génesis, el hombre es quizá el único enemigo de la humanidad.



Hemos construido una humanidad donde poco importa el hombre y, parece que, el exceso del “yo” ha reventado el valor del “otro”.

Así nos descubrimos con un sistema de salud deshumanizada en la que el enfermo es una pieza más de un protocolo; con una educación más pendiente de los contenidos y el orden que de los alumnos; con políticas económicas que piensan en las cifras macroeconómicas y se permiten que tres millones de personas sufran pobreza severa en nuestro país; con empresas que cuidan más de su maquinaria que de sus empleados; con cristianos más pendientes de preservar los dogmas y los rituales que de entender y cuidar la vida de las personas; y con estadistas que, como nos recordara Bucky Fuller, han hecho de la guerra una herramienta de la política.

Nos cuidamos poco

Y es que la bondad estorba, nos compromete, pone en riesgo nuestros intereses, nuestras seguridades, nos obliga a romper con lo establecido, nos expone. Por ser bueno con otros echaban a Jesús de las aldeas (Mc 5, 17).

Tras una noche en el hospital, un amigo ganadero me decía lleno de rabia que ni una de sus vacas había pasado la noche que los médicos habían hecho pasar a su padre. Nos olvidamos con facilidad del dolor del otro. Nos cuidamos poco.

Quizá, querido Diego, esta sea la explicación al paraíso sin vacas de Josep Maria Esquirol que tanto te intrigaba: en el paraíso no hay vacas, ni otras distracciones ni esclavitudes, para que podamos ocuparnos unos de otros.

Conviene sacudirse el polvo.