David Luque, Profesor en Universidad Complutense de Madrid
Profesor en Universidad Complutense de Madrid

La teofanía de las velas


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Señor,

uno de esos fines de semana en que m.j. tiene guardias, y que yo aprovecho para escribir más despreocupado de los horarios, vi aquella producción sobre un supuesto encuentro entre Benedicto XVI y el entonces cardenal Bergoglio. No tiene ningún sentido fundamentar ahora, más de dos años después de su estreno, que me pareció artificial artística y teológicamente. Sin embargo, hay dos escenas que han vuelto a mí de una manera insistente e insidiosa en los últimos días. En una de ellas, Benedicto XVI usa un apagavelas sobre una mecha encendida, y, cuando lo retira, observa que el humo toma una dirección descendente desde el pabilo, lo que le deja profundamente consternado. Tanto que, en la siguiente escena, se encuentra con Bergoglio en un jardín de ‘Cinecittà’ que emula el país que se esconce dentro del Vaticano, y le confiesa que teme que Dios haya dejado de aceptar su ofrenda, que es su vida en la forma del ministerio petrino.



Pensamiento recurrente

Como digo, esas escenas han estado en mi pensamiento de forma recurrente desde que subí al estudio la otra noche. En la entrada, hay un pequeño recibidor presidido por una escultura de la Madonna ‘dell’accoglienza’, que fabricaron artesanalmente en ‘Incisa in Val d’Arno’. Decorándolo, además de unas flores de plástico, unos angelitos que compré en el chino y una fotografía de m.j. el día de nuestra boda, hay unos sencillos candelabros con unas velas que nunca enciendo. El hueco para sostenerlas posee una púa donde, se supone, deberían clavarse sin ninguna dificultad. Pero, cuando yo fui a hacerlo, estas se partieron, y, para no comprar más, uní los trozos rotos fundiéndolos al calor de una cerilla y confiando en que se enfriarían y durarían más tiempo. Sin embargo, cuando subí la otra noche, las velas se habían caído. Ahí fue cuando se congregaron las escenas de la película y me imaginé en esos jardines artificiales sentado junto a Benedicto XVI y Bergoglio, describiéndoles los fragmentos de vela esparcidos por el suelo mientras yo los recogía de rodillas, y ellos riéndose de mi torpeza y mi tacañería, golpeándose las rodillas y apurando el mate, para terminar enseñándome que la teofanía de las velas no me anunciaba a mí un barrunto oscuro, sino la pura alegría que provoca comprender la humildad.

Sinceramente tuyo,

Papa Francisco y Benedicto XVI