Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La declaración de la renta y el síndrome de Peter Pan


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Ahora que estamos en plena campaña, tengo que confesar que una de las cosas que más inseguridad me produce es hacer la declaración de la renta. Aunque apenas tenga que confirmar el borrador que te ofrece la Agencia Tributaria, siempre me asalta cierto respeto ante la posibilidad de equivocarme en algo. Creo que se trata de uno de esos temores irracionales que me remontan al pasado, cuando veía a mi padre enterrado en papeles, con una calculadora en la mano, sudando tinta y haciendo unas cuentas que parecían complicadísimas, especialmente comparándolas con las sumas y restas que estaría yo haciendo en el colegio en aquella época. Es probable que tal imagen de mi infancia haya vinculado este deber ciudadano con la idea de algo complejo y arriesgado que hacemos cuando nos convertimos en personas adultas.



Infancia espiritual

Es posible que algo del llamado síndrome de Peter Pan tenga que ver con este tipo de imaginarios, que relacionan la adultez con actividades difíciles, serias y aburridas que hacen otros mientras somos niños y que siempre suponen un riesgo afrontar por nosotros mismos. Me da la sensación de que en el ámbito eclesial también ostentamos cierto punto de este síndrome, al que se le suma la comodidad y la sensación de seguridad que nos ofrece que sean otros quienes nos digan qué tenemos que hacer para no equivocarnos en lo esencial. Podemos llamarlo obediencia e, incluso, infancia espiritual, pero si rascamos un poquito, es posible que descubramos algún rastro de miedo a ser adultos, por una parte, y de temor a la mayoría de edad ajena por otra, en una especie de equilibrio simbiótico que, en realidad, no favorece a ninguna de las partes.

Crecer como persona es una tarea siempre inacabada que supone, por un lado, asumir responsabilidades, vencer miedos y dejar que resuene nuestra propia voz, lo que no se contradice con la simplicidad, la obediencia o la infancia espiritual cuando estas son bien entendidas. Por otro lado, requiere el arrojo de fomentar libertades ajenas y ayudar de desplegar la mejor versión de los demás, por más que eso pueda llevarnos por sendas que no conocemos ni controlamos. Quizá el reto sea acoger las palabras que la Escritura atribuye al rey David al pasarle el relevo a Salomón: “Ten valor y sé hombre” (1Re 2,2). La Iglesia requiere varones y mujeres adultos y, por ello, valientes… aunque siga generándoles inseguridad hacer la declaración de la renta.