Rafael Salomón
Comunicador católico

La compañía con la que crecimos


Compartir

Recuerdo que de pequeño, mi madre frecuentemente me decía: —Debes cuidar a tu hermanita—. Y fue algo que me quedó grabado para siempre; en nuestra casa sólo fuimos dos hermanos. El amor fraterno fue algo con lo que nacimos y actualmente sigue siendo parte de nuestra realidad, constantemente nos llamamos mi hermana y yo, para saber cómo estamos y qué nos acontece.



Tampoco es casualidad que nuestras casas siempre han estado cerca; tal vez, de manera inconsciente nos buscamos y deseamos esa proximidad, saber que la presencia física entre nosotros es algo necesario.

Hace unos días, ella, mi hermana, me comentó acerca de una persona a quien conoce y que le dio una profunda tristeza su situación, resulta que, vio en una tienda departamental a un conocido, con ropa muy desgastada, con tristeza en su mirada y por su aspecto, con carencia económica, se veía a simple vista que no le estaba yendo nada bien.

Me lo contó con profundo dolor, ya que conoce a la familia y al parecer, a uno de los hermanos le esta sonriendo la fortuna, con un buen puesto y buen trabajo, esto la hizo pensar y comentarme: —¿Cómo es posible que entre hermanos no se ayuden?—. Y es que también es una realidad, cuando no se motivó al amor entre ellos en el seno familiar, no faltarán las rencillas, comparaciones y luchas por ser el mejor, ignorando las necesidades de los hermanos y evitando ayudarlos.

Hermanos que viven con resentimiento

El comentario de mi hermana, también fue determinante para la inspiración de esta reflexión, los hermanos deberían hacer fortaleza y unirse para entender las necesidades entre ellos, deberían llevarse bien. El amor entre hermanos es uno de los más fuertes e intensos en nuestras vidas, se trata de la compañía con la que hemos nacido, es el lazo fraterno que permanecerá en esta tierra.

Hermanos

Hermanos. Foto: Unsplash

La realidad es a veces otra, hay quienes se llevan muy mal, que podríamos decir que lejos de amarse, se tratan con violencia en todos los sentidos. La competencia es parte de su forma de vida e ignorarse no les causa ningún remordimiento. Son hermanos que viven con resentimiento, que un día juraron desquitarse y vengarse, nada más triste para una familia y por supuesto para los padres, ver que entre hermanos no se ayudan.

Como creyentes deberíamos ver a nuestro prójimo como a un hermano, pero si a nuestros hermanos de sangre, no les damos ese trato, entonces estaríamos aparentando ese amor hacia los demás.

El amor que se aprendió en casa

“Y el Señor le dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Y él respondió: «No lo sé. ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?» Y el Señor le dijo: «¿Qué es lo que has hecho? Desde la tierra, la voz de la sangre de tu hermano me pide que le haga justicia»”. Génesis 4, 9-16.

Ser hermanos carnales es cuidar a quien se convirtió en nuestro compañero de vida, tener amor de hermanos es una gran responsabilidad, es demostrar el amor que se aprendió en casa y si bien es cierto, hay quienes encuentran cierta fascinación en molestarse y hasta en llevarse mal, aunque muy dentro de su corazón hay un gran amor por sus hermanos.

Un día tendran que madurar y darse cuenta que esos juegos y travesuras fueron sólo eso, porque la vida es dura y nos muestra en ocasiones su peor cara.

Al final, vamos a necesitar de nuestros hermanos para continuar con este viaje llamado vida, ellos son los que nos acompañarán en los momentos de mayor dificultad y debemos aceptar que son parte de nuestra familia. No abandones a tu hermano, no ignores a tu hermano y si hay resentimientos de juventud, trata de hablar y resolver los conflictos que los alejaron, son nuestra familia y no debemos hacerles daño.