¿Inmortalidad del alma o resurrección?


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Como se recordará, el pasado 13 de diciembre se encontró muerta en su casa a la actriz Verónica Forqué. Según parece, se suicidó. Días después, su hija María escribió una carta en la que, entre otras cosas, decía: “Mi madre vino a dar luz. No se ha ido, solo está en otra habitación. No tiene cuerpo, pero su energía está más presente que nunca, porque ahora es omnipresente. Cuando necesito un abrazo se lo pido, tú puedes hacerlo también. Ella me enseñó que la muerte no existe, que la reencarnación sí; que el cuerpo humano es solo eso, un cuerpo que transporta lo que realmente somos y viaja infinitamente por el universo”.



La idea de una vida más allá de la muerte apelando a la pervivencia de la “parte” más valiosa del ser humano, su “alma” –que ahora se ha transmutado en “energía”–, está presente ya en el pensamiento griego antiguo. De hecho, Platón ya hablaba de la transmigración de las almas (metempsícosis) de un cuerpo a otro. Incluso llegó a acuñar la expresión ‘soma/sema’, “cuerpo/cárcel”, para hacer ver que el alma era realmente lo verdaderamente humano (pudiendo prescindir, en último término, del cuerpo). En las concepciones religioso-filosóficas del Extremo Oriente, que coinciden en este sentido, a ese proceso reencarnatorio –con una función asimismo purificadora– se le denomina ‘samsara’.

La tradición bíblica

Para el cristianismo, en cambio, basado en la tradición bíblica –y judía–, la creencia en una pervivencia más allá de la muerte está encauzada mediante la noción de resurrección, que implica un cuerpo. El propio san Pablo habla en el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios de cómo será el cuerpo de la resurrección, porque la resurrección conlleva necesariamente un cuerpo (él utilizará una especie de oxímoron: “cuerpo espiritual” [1 Cor 15,44]). Probablemente, Pablo tuvo que escribir sobre esto para solventar la dificultad que representaba la resurrección para personas que vivían en una cultura helenística, más familiarizadas con la idea de inmortalidad del alma.

Nadie puede entrar en el mundo de las creencias de los demás (hay una expresión latina que dice: ‘De internis, neque Ecclesia’). Pero me parece que aquellas concepciones que tienen en cuenta al ser humano completo, no como un compuesto de cuerpo y alma, sino como una realidad unitaria con dimensiones “materiales” y “espirituales” indisolublemente ligadas, dan razón más cabalmente de lo que es la persona.