Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Iglesia volcada en la Red


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La Iglesia no solo se está abriendo a la Red, sino que se está volcando en ella. Muchas de las iniciativas surgidas en el confinamiento se mantienen y, a su vez, aumentan otras tantas de todo signo. Algo nunca visto, con esta capacidad y frescura. Los medios, que se utilizaban ya con otros objetivos más próximos, sirven ahora a la búsqueda de universalidad.



Estamos viviendo una auténtica redimensión en cuestiones también nucleares: celebraciones y oraciones compartidas simultáneamente, comunidades que mantienen trato y cercanía gracias a los espacios abiertos en internet, iniciativas que continúan impulsando la justicia. Con una conciencia clara: nada sustituye lo presencial y, sin embargo, en lo digital existe el reto, tan antiguo como nuevo, de la projimidad.

Internet es una realidad en movimiento, extremadamente dinámico. Internet se recrea cada día, se sostiene en esa aceleración, al tiempo que tiene una enorme memoria en la que buscar lo relevante y significativo. Vive en estas dos grandes tensiones: la del directo y la del repositorio. Así se va construyendo. El posicionamiento se adquiere a partir de la memoria y ser actual requiere de una presencia continua, que ciertamente expone a quien la ejerce.

Personas e internet

Más que cables, internet son personas. Son comunidades enteras, pueblos que actúan en camino. El nomadismo digital es real. Bloques enteros de personas cultivan una misma dirección, de ahí la polarización. Tienen sus líderes, sus escuchas preferentes, retroalimentan así su dirección. La mayor parte del tiempo quedan envueltos en los elementos simbólicos de su propio grupo, sin trato significativo con otros. Lo diferente es injerencia, distorsiona, incomoda. De modo que crece esta especie de “xenofobia digital” hacia aquellos que no comparten la misma lengua, ni los mismos planteamientos, ni las mismas opciones. Internet se abre más para la autoconfirmación que para la búsqueda real. Aunque siempre cabe la sorpresa, la rendija del diálogo inesperado, la paciencia del día concreto, el milagro de la propia permeabilidad al otro, la impresiona llamada del amor.

Se vive de relaciones. Es el estudio de relaciones más impresionante jamás visto y, de alguna manera, solo acaba de comenzar. Diariamente hay quienes buscan esta nueva forma de impacto y control de voluntades ajenas. No hay que entrar sin conciencia de ciertas cosas, para no perderse. A la Iglesia, creo que es fácil observarlo, también le está afectando la exposición a la comunidad y la búsqueda del “más”, de su crecimiento.

Toda esta misión que ahora parece desplegarse con mayor pasión y entusiasmo es compartida simultáneamente en muchos rincones del planeta. Una Iglesia se ve empujada a nuevos lenguajes, a tomar prestadas palabras, a saber leer experiencias de todo tipo, inquietudes, deseos, búsquedas. Se ofrece a sí misma como lugar de fraternidad y de sabiduría que compartir con sus iniciativas.

Ojalá profundicemos en este camino. Si en algo debería ser extremadamente rico el cristianismo en este tiempo, debería ser en comunidad que permite a otros acercarse, en la preocupación, atención y cuidado mutuos, en tener una palabra prudente y respetuosa con la vida sagrada de cada hijo de Dios. Ojalá nos desenredemos y lo esencial también brille con particular belleza en cada uno. Ojalá nos alegremos y apoyemos, ojalá discernamos bien los signos de los tiempos y de la eternidad.