Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Hacia una Pascua… ¿subrogada?


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Hay veces en las que ver lo que está siendo noticia y motivo de debate nacional me lleva a pensar que vivimos demasiado cerca de alguna serie de televisión. Hay cuestiones de actualidad que se parecen demasiado a “Black Mirror” y situaciones que me recuerdan peligrosamente a “El cuento de la criada”. Se trata de momentos en los que una confirma su especialidad teológica y agradece profundamente ser biblista y no tener que encargarme de cuestiones morales. Sea como fuere, la polvareda política y social que se ha levantado en torno a la gestación subrogada me lleva a pensar en las resonancias que este término puede tener para nosotros, de manera especial ahora que nos adentramos en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, núcleo de nuestra fe.



Hijos en el Hijo

Dice la Real Academia de la Lengua Española que subrogar es “sustituir o poner a alguien o algo en lugar de otra persona o cosa”. Durante mucho tiempo la reflexión teológica intentó explicar la salvación que recibimos de Cristo precisamente desde estos conceptos de sustitución y de intercambio. Se trataba de poner palabra a esa intuición creyente que percibe cómo hay algo de nuestra injusticia sobre el Justo que es ajusticiado inocentemente. Se trata de intentar articular aquello que un misterioso “nosotros” afirma en el libro de Isaías: “llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos” (Is 53,4). Esta peculiar subrogación es la que el pregón pascual, lleno de alegría, proclama en la vigilia al reconocer que “para rescatar al esclavo entregaste al Hijo”.

Está claro que hay muchas lagunas éticas en el tema de la gestación subrogada y que el bien de la criatura no parece ser, en absoluto, lo primordial. Pero, aunque suene un poco extraño y salvando las inmensas diferencias, quizá la experiencia pascual tiene algo que ver con esto, porque también nosotros nacemos a la Vida, con mayúsculas, a través de Alguien que asume sobre sí unas heridas que no son suyas sino nuestras y que, al ser puestas sobre Él, nos curan a nosotros. La resurrección del Señor nos hace hijos en el Hijo y no de manera natural, sino por pura Gracia ¡Gracias a Dios!