¿Habrán leído Tamara Falcó e Iñigo Onieva el Cantar de los Cantares?


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Por si alguien no lo sabe, Tamara Falcó e Íñigo Onieva ya se han casado (¡por fin!). Ahora que ya son marido y mujer es más necesario que nunca que se dediquen el uno al otro. Para ello, quizá sería bueno que leyeran juntos el Cantar de los Cantares, uno de esos libros que componen la Biblia que en cierta ocasión descubrió Tamara, como una revelación, en una librería.



En el Cantar vamos a encontrar poemas que un amado y una amada se dirigen mutuamente. Por cierto, en ningún momento se dice que esos amantes sean esposos. De hecho, alguien pensaría que están en la época del noviazgo, cuando el amor pasional de muestra más fogoso. En todo caso, son poemas que dependen grandemente del contexto histórico y social en que fueron compuestos, con imágenes y metáforas profundamente orientales y, en ocasiones, alejadas de nuestra sensibilidad occidental.

Los eufemismos

Así, en Cant 1,9, el amado dice: “Te comparo, amada mía, a la yegua de la carroza del faraón”. No sé cómo hoy, en nuestra sociedad, se tomaría una muchacha este piropo por parte de su amado.

Tampoco resulta fácil encontrar el punto de estas palabras que el amado dirige a la amada: “Tus cabellos, como un rebaño de cabras que trisca por la sierra de Galaad. Tus dientes, cual hato de ovejas trasquiladas que suben del baño; todas ellas gemelas; ninguna solitaria” (Cant 4,1-2). Habrá que suponer, para empezar, que las cabras a las que se alude son negras, y que la comparación de los dientes con las ovejas apunta a que lo mismo que las ovejas son todas iguales y no hay ninguna separada de las demás, la dentadura de la amada es tan perfecta como las que salen en los anuncios de clínicas dentales o dentífricos.

Por otra parte, en algunos pasajes del Cantar son evidentes los eufemismos. De lo contrario, sería difícil saber a qué se está refiriendo este texto: “Despierta, cierzo; acércate, ábrego; soplad en mi jardín, que exhale sus aromas. Entre mi amado en su jardín y coma sus frutos exquisitos. He entrado en mi jardín, hermana mía, esposa; he recogido mi mirra y mi bálsamo, he comido mi néctar con mi miel, he bebido mi vino con mi leche” (Cant 4,16-5,1).

A pesar de todas estas dificultades, estoy seguro de que Íñigo Onieva y Tamara Falcó podrán encontrar en el Cantar de los Cantares suficiente material para decirse en estos primeros días de su matrimonio. En todo caso, les regalo el requiebro que el Señor transmitió al profeta Ezequiel refiriéndose a su esposa: el encanto de sus ojos (Ez 24,15ss).