Enrique Lluc
Doctor en Ciencias Económicas

Guardar y cultivar


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“El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el parque de Edén, para que lo guardara y lo cultivara” (Génesis 2, 15)

Muchos piensan que en el jardín del Edén, ese lugar real (porque se refiere a la tierra en la que vivimos) que nos ha regalado Dios para que tengamos lo suficiente para nuestras vidas, la vida está regalada, que no tenemos que hacer nada porque los árboles de ese jardín ya nos proveen de todo lo necesario para nuestro día a día.



Sin embargo, en el mismo relato de la creación que observamos en el Génesis, se nos hace un encargo claro. No somos puestos en el jardín simplemente para disfrutar de él, sino que tenemos una encomienda concreta que llevar a cabo: guardarlo y cultivarlo.

Según el diccionario de la RAE, guardar es “Tener cuidado de algo o de alguien, vigilarlo y defenderlo” y cultivar “Dar a la tierra y a las plantas las labores necesarias para que fructifiquen”. Por lo tanto, la tierra no nos es dada simplemente para que saquemos lo que necesitemos de ella, sino que tenemos dos labores que llevar adelante que son complementarias entre si.

 

Porque tenemos que defender y vigilar nuestra tierra. El objetivo de esta labor es clara. Cuando nos es dada esta creación que nos provee de todo lo que necesitamos, no solo nos pertenece a la generación que vivimos en estos momentos, sino también a todos nuestros descendientes y a los descendientes de nuestros descendientes. Es decir, la tierra tiene que durar miles de años y nosotros somos los encargados de que esto sea una realidad. Por ello tenemos que guardarla.

Fructificar

Pero al mismo tiempo, la tierra precisa de nuestro trabajo para que pueda fructificar. Las labores que realizan sobre las plantas y sobre las huertas y campos los labradores y los jardineros hacen que todo fructifique y que los terrenos sean más productivos gracias a nuestros cuidados. Nuestro trabajo está destinado a hacer que la tierra dé más de lo que nos proporcionaría si no fuese por nuestros desvelos y nuestro esfuerzo.

Esta es la clave de nuestra labor económica en nuestro planeta. Trabajar en ella como lo hace un jardinero. Tratando de sacar el fruto de la tierra y de las plantas sin que esto comprometa la producción que se pueda dar en el futuro. Trabajar en nuestra creación de una manera sostenible es la manera privilegiada de cumplir con el mandato divino de guardar y cultivar el jardín que nos ha sido dado.