Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Esos rostros: notas para entender un éxodo


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Las noticias cotidianas han llamado nuestra atención al fenómeno de las caravanas migrantes que desde octubre de 2018 han constituido un flujo migratorio constante desde el triángulo norte de Centroamérica hacia territorio mexicano -con la aspiración de llegar a suelo estadounidense- han hecho visible los rostros que representan la búsqueda de la supervivencia misma.

La tasa de homicidios en Centroamérica excede los umbrales de la OMS

Imaginémonos despertar con el temor  de no poder caminar con tranquilidad por las plazas de nuestra ciudad, la angustia de ser extorsionado o que niñas y niños sean amenazados de muerte en plena esquina, la preocupación de no encontrar un trabajo digno, o simplemente el deseo de reencuentro con familias y amigos que están ya fuera de nuestro  país. Estoy segura de que la mayoría de quienes son parte de las caravanas migrantes han vivido en carne propia alguna de estas situaciones. No es para menos. De acuerdo con InSight Crime, en 2018 en El Salvador se registraron 3.340 homicidios (51 por cada 100.000 habitantes); en Honduras se produjeron 3.310 asesinatos (40 por cada 100.000 habitantes), y en Guatemala se registraron 3.881 asesinatos (22,4 por cada 100.000 habitantes). Estos números en relación con la tasa de homicidio por cada 100,000 habitantes exceden los umbrales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que considera que un índice superior a los 10 o más homicidios por cada 100 000 habitantes, adquiere la categoría de epidemia.

Es importante entender que la  migración proveniente de Centroamérica, específicamente del triángulo norte es un fenómeno de larga data. Uno de los mayores éxodos en la región ocurrió durante el periodo de guerras civiles en las que miles de salvadoreños y guatemaltecos buscaron asilo fuera de sus países. El destino principal fue Estados Unidos, pero también migraron hacia Canadá, Italia, Suecia, Australia y España. Las guerras quedaron atrás, pero la violencia ejercida por grupos  que van desde pandillas barriales hasta redes muy estructuradas de crimen organizado, ha sido un factor clave para entender el actual éxodo centroamericano.

Personas migrantes en Tijuana, México. Foto: Arturo Carmona, Satélite TV

Ante esta caravana de rostros diferentes, las acciones humanitarias realizadas por la población mexicana han sido sorprendentes, incluso cuando en las rutas migratorias mexicanas el nivel de violencia o las necesidades podrían ser similares a las de las personas provenientes del Triángulo Norte. Mujeres y hombres se han acercado de manera voluntaria para dar comida, agua, ropa y medicina a la ruta migratoria que cada grupo de la caravana ha emprendido. Destacable ha sido la labor que la red de albergues, ha llevado a cabo de manera ejemplar para atender las necesidades más fundamentales de la multitud en tránsito, un número significativo liderado por religiosas y religiosos católicos.

La Iglesia a través de su doctrina social que inspira el trabajo pastoral de los católicos en múltiples rincones del mundo ha impulsado respuestas concretas al fenómeno de la migración que llaman a solidaridad y caridad de las comunidades. Desde 2017, las Conferencias Episcopales han sido invitadas a llevar a la práctica los 20 Puntos de Acción para las acciones globales en materia de migración. Las parroquias y organizaciones eclesiales están llamadas a fomentar una solidaridad más efectiva con las personas migrantes y refugiadas.

La pobreza hoy tiene muchos rostros

En el fenómeno de las caravanas, también han existido reacciones de desconfianza de grupos de la población mexicana que han encontrado razones para considerar que nuestro país tiene ya suficientes rostros viviendo en pobreza y que antes que nada debe priorizarse a “los nacionales”. ¿Qué es lo que podría molestar a la población del país sobre este fenómeno? Refiriéndose al caso de Europa, la filósofa española Adela Cortina ha hablado de la ‘aporofobia’ señalando que “es imposible no comparar la acogida entusiasta y hospitalaria con la que se recibe a los extranjeros que vienen como turistas con el rechazo inmisericorde a la oleada de extranjeros pobres. Se les cierran las puertas, se levantan alambradas y murallas, se impide el traspaso de las fronteras”.

Desde la óptica de la fe católica, la pobreza hoy tiene muchos rostros y no se reduce a la falta de comida, vivienda, educación y salud. Constatamos una extendida ausencia de sentido de la vida; la ruptura del tejido social; la desestructuración del núcleo familiar y la pérdida del sentido de nuestro proyecto de vida.

Quienes vivimos en sociedades en tránsito de la migración, estamos ante la oportunidad de un profundo momento de reflexión, de encuentro con el otro y con nuestra fe. La persona migrante en tránsito vive durante su camino una serie de vulnerabilidades y riesgos, enfrenta el dolor de la pérdida de contacto con su círculo cercano, el desarraigo de dejar a su tierra y enfrentar la incertidumbre de un nuevo comienzo. Lo extraordinario del cristianismo no está en las manifestaciones prodigiosas, sino en que cómo mujeres  y hombres ordinarios seamos capaces de actuar conforme la caridad ante los retos del día a día para hacer con “los otros” días extraordinarios. Ya muchos católicos han sentado bases firmes para hacer esto posible. A muchos otros quizá nos toque dar el siguiente paso, uno muy posible es trabajar en terrenos áridos para leer desde otra mirada los rostros del éxodo, entender sus raíces, sus razones, superar las etiquetas de la “pobreza” e impulsar más de mil formas para enriquecernos mutuamente en el camino.