¿Es la Biblia el libro de los horrores?


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Llevamos ya unas semanas con el asunto de la muerte y el descuartizamiento de un médico colombiano, Edwin Arrieta, llevados a cabo presuntamente por un joven cocinero español, Daniel Sancho, hijo y nieto de conocidos actores. Los minutos dedicados a las diferentes hipótesis, el móvil, las personas implicadas, etc. han sido incontables.



La escabrosidad de la noticia me ha llevado a pensar si en la Biblia se encuentran cosas semejantes. Y la verdad es que hay algunos ejemplos que no tienen nada que envidiar al suceso de Tailandia. Por ejemplo, cuando se narra la muerte del general Sísara, jefe del ejército del rey de Canaán, a manos de Yael. El general se había refugiado en las tiendas de Jéber, el quenita, acogiéndolo su esposa Yael. Confiado, no vio venir su final: “Yael, esposa de Jéber, agarró una estaca de la tienda y tomó el martillo en su mano, se le acercó sigilosamente y le clavó la estaca en la sien hasta que se hundió en la tierra. Y él, que estaba profundamente dormido y exhausto, murió” (Jue 4,21).

Numerosos ejemplos

En el libro de Josué se cuenta que cinco reyes amorreos se refugian en una cueva. Josué llama a sus capitanes y les dice: “‘Acercaos y poned vuestros pies sobre la nuca de esos reyes’ […] Acto seguido, Josué los hirió de muerte y los colgó de cinco árboles, de los que quedaron colgados hasta la tarde” (Jos 10,24.26). A continuación, desde el v. 28 hasta el v. 39 se narra la conquista de varias ciudades del sur, siempre con el mismo esquema: “El Señor dio también la ciudad y su rey a Israel, que la pasó a cuchillo con todos los seres vivientes que había en ella: no dejó ni uno solo con vida. Trató Josué a su rey como había tratado al rey de Jericó” (v. 30).

En el segundo libro de los Reyes se cuenta la muerte de la reina Jezabel de la siguiente manera: “La arrojaron [por el balcón] y su sangre salpicó los caballos que la pisoteaban y también las murallas. Luego entró [Jehú], comió y bebió, tras lo cual dio más órdenes: ‘Atended a esa maldita y dadle sepultura, pues no deja de ser hija del rey’. Cuando fueron a enterrarla, no encontraron de ella más que el cráneo, los pies y las palmas de las manos” (2 Re 9,33-35).

Una última cuestión: el Nuevo Testamento no se libra de la truculencia. Dice Jesús en una parábola que un rey, tras la negativa de sus invitados a acudir a la boda de su hijo, “montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad” (Mt 22,7). Una reacción excesiva incluso para un rey oriental.