Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

El entorno y nuestras vidas ante el Covid-19


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Hay diversos rincones del planeta donde el Covid- 19 ha agudizado y exacerbado las desigualdades y la marginación que ya se nos había hecho cotidiana. Las imágenes de la gente desesperadamente moviendo a los cadáveres de sus familiares y pidiendo auxilio en Guayaquil nos han conmovido. El Covid- 19 nos está negando despedidas y funerales dignos, a una pérdida que de por sí es dolorosa y abrupta. Esta es una triple crisis: sanitaria, de desarrollo y humanitaria. Llega para muchos en el peor momento, a ahondar sus desigualdades, arrebatar el sustento, padecer el día a día por la escasez de medios de vida.



En términos de salud, la propagación rápida del Covid- 19 ha puesto en jaque las capacidades los sistemas de salud pública que se consideraban más avanzados. Lo particular de esta crisis sanitaria ha sido el dilatado arribo de la cura, todavía estamos a la espera. La escala mundial que ha pegado a la economía global ¡no hay quien se salve! incluyendo los países con más peso económico. Cuando hablamos de sistemas sanitarios hablamos de un bien público que está concebido como una cadena, la solidez de algunos provee de fuerza a los eslabones más débiles. Generalmente, con el Ébola la epidemia pudo focalizarse y la cooperación internacional se movilizó para ofrecer ayuda humanitaria, de forma que se redujera la velocidad de expansión y de nuevos contagios. El Covid- 19 ha sido diferente.

Las agencias de Naciones Unidas han estimado que esta pandemia podría costarnos hasta 2 décadas de desarrollo, las estimaciones de reducción del PIB en América Latina son las que nunca queríamos ver en los titulares. Nuestras sociedades, incluyen un considerable número de personas trabajando en la economía informal, viviendo al día con sus ingresos, ganando y reinvirtiendo, este grupo se está viendo desde ya afectado. La pandemia nos llega con flujos y rutas migratorias que cambian constantemente, la población migrante que sostiene buena parte de los gastos de sus familias en origen enfrenta la incertidumbre ante las posibles afectaciones a las economías locales de los países destino.

Guayaquil, Ecuador. Foto: AFP / Marcos Pin

Hasta hoy ha sido claro que el Covid- 19 afectará nuestras economías y probablemente quebrantará a nuestros sistemas de salud. Pero hay algo que no podemos permitirle al Covid- 19 que nos arrebate, esto es la capacidad para sentir compasión por otros, para luchar hasta el final por salvaguardar la vida y la dignidad de todos los seres humanos, sean o no nuestra sangre, sean o no nuestros amigos. Me gustó mucho una reflexión de una amiga que vive su encierro en Honduras, país centroamericano desgarrado por la violencia. Me escribió hace un par de días diciendo: “Desde el 16 de Marzo, no había salido. Ayer salí por primera vez fuera de la colonia donde vivo; me hizo reflexionar que todas las personas tenían puesta su mascarilla. Me quedé pensando, quizá hemos de taparnos la boca y dejar abiertos los oídos del alma. Demasiado ruido traducido en el trabajo, en el consumir, ruidos reales de tantos medios visuales, estrés, competitividad. Distractores que nos alejaron unos de otros y de cada cual consigo mismo, afectando las formas tradicionales de convivencia. Se me hace significativo que hemos de tapar nuestra boca para escuchar nuestra voz interior y luego aprender de nuevo a escuchar”.

Su reflexión me hace sentir que esta situación –por amenazadora que sea– es una oportunidad que no debemos dejar pasar para aferrarnos a la esperanza.