Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿De Mongolia puede venir la paz?


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Está a punto de concluir el viaje apostólico del papa Francisco a Mongolia que ha sido una auténtica oportunidad para redescubrir el vigor de la minoría cristiana, la fuerza de las tradiciones y la forma de entender la vida de este interesante país. El pontífice ya tuvo un gesto significativo al hacer cardenal al hacer cardenal a Giorgio Marengo, el prefecto apostólico –ni siquiera es aún diócesis– de Ulán Bator; ahora, con este viaje, ha dado un espaldarazo a esta periferia del mundo que linda con Rusia y China.



El cardenal

Si el papa Francisco ha mirado este remoto rincón del mundo para elegir un cardenal confirma que su corazón es realmente misionero, atento a las realidad marginales y minoritarias. Y es que aquí se vive en un ambiente muy similar al de las primeras comunidades cristianas, las descritas en los ‘Hechos de los apóstoles’”, señalaba el recién elegido cardenal en una entrevista a Vida Nueva. “En el fondo, si el colegio cardenalicio debe representar un poco a toda la Iglesia, probablemente el papa Francisco considera que la evangelización a través del diálogo respetuoso con otras tradiciones espiritualestiene algo que decir al resto de la Iglesia”, señalaba también.

Para Marengo, su misión en este país de grandes tradiciones religiosas y cuya evangelización acaba de cumplir los 30 años tras el régimen comunista, es “susurrar el evangelio”. “Susurrar es un verbo que apunta a la discreción, la confidencia, la delicadeza… se susurra algo importante al oído de quien quieres, de quien le deseas el bien. Supone una relación ya construida en el tiempo, que llega a unos niveles de profundidad. Y también apunta a una modalidad de misión que es discreta, atenta, fundada sobre la empatía, sobre las relaciones personales”, explicaba en la entrevista. Para él “se susurra el evangelio que no es otra cosa que la presencia de Cristo resucitado que se trata de comunicar al corazón de un pueblo, en sintonía con los latidos de dicho corazón que ha conocer en lo profundo y lo escondido desde la belleza de su identidad cultural, su historia, las tradiciones religiosas, la psicología social, la política, la economía… Es decir, entrar verdaderamente dentro de la vida de un pueblo para poder comunicar de la manera más adecuadamente posible la belleza del evangelio”.

El viaje

A este susurro se ha sumado Francisco con este viaje. Un susurro que por una parte ha alentado a los cristianos que viven su fe en medio de la etapa y que por otra ha legado un compromiso concreto por la paz a quienes viven en el corazón de Asia. Así lo descubrimos a través de las crónica de Vida Nueva de estos días. El Papa ya desde su primer discurso reivindicó los valores de una joven democracia libre de armas nucleares y que rechaza la pena de muerte. De hecho, en su primer encuentro con el Gobierno de Mongolia pidió que este dé luz verde “un acuerdo bilateral entre Mongolia y la Santa Sede” que permita “alcanzar las condiciones básicas para el desarrollo de las actividades ordinarias en las que está comprometida la Iglesia católica”. “Mongolia no es sólo una nación democrática que lleva adelante una política exterior pacífica, sino que se propone realizar un papel importante para la paz mundial”, destacó en su primer discurso. “Quiera el cielo que, sobre la tierra, devastada por tantos conflictos, se recreen también hoy, en el respeto de las leyes internacionales, las condiciones de aquello que en un tiempo fue la pax mongola, es decir, la ausencia de conflictos”, añadió. “Estoy contento –dijo ya casi al final de su alocución– de que la comunidad católica, aun siendo pequeña y discreta, participe con entusiasmo y compromiso en el camino de crecimiento del país,difundiendo la cultura de la solidaridad, del respeto por todos y del diálogo interreligioso y entregándose a la causa de la justicia, la paz  y la armonía social” .

Francisco tuvo su primer encuentro con los católicos –obispos, sacerdotes, misioneros, consagrados, consagradas y agentes pastorales– de Mongolia en la catedral de la capital. Francisco insistió que “los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia, porque no tiene ninguna agenda política que sacar adelante”. “Solo conoce la fuerza humilde de la gracia de Dios y de una Palabra de misericordia y de verdad, capaz de promover el bien de todos”, añadió. “La Iglesia no se comprende en base a un criterio puramente funcional, según el cual el obispo hace de moderador de distintos miembros, basándose tal vez en el principio de la mayoría, sino en virtud de un principio espiritual, por el cual Jesús mismo se hace presente en la persona del obispo para asegurar la comunión de su Cuerpo místico”, insistió. Para resumirlo, el Papa detalló que “la unidad de la Iglesia no es una cuestión de orden y respeto, ni siquiera una buena estrategia para ‘hacer amigos’, es una cuestión de fe y de amor al Señor, es fidelidad a Él”.

En un país con una clara minoría católica, ha sido muy destacado el inédito encuentro ecuménico e interreligioso presidido por el papa Francisco. “En las sociedades pluralistas que creen en los valores democráticos, como Mongolia, cada institución religiosa, reconocida normativamente por la autoridad civil, tiene el deber y, en primer lugar, el derecho de ofrecer aquello que es y aquello que cree, respetando la conciencia de los otros y teniendo como fin el mayor bien de todos”, pidió el Papa comentando el valor de la armonía. “Si quien tiene la responsabilidad de las naciones eligiera el camino del encuentro y del diálogo con los demás, contribuiría de manera determinante a poner fin a los conflictos que siguen causando sufrimiento a tantos pueblos”, proclamó abiertamente Francisco a la vez que alababa la historia de convivencia de las diferentes tradiciones en Mongolia.

Ya en la misa del domingo, el Papa aconsejó a los cristianos de Mongolia: “Sigan adelante, con mansedumbre y sin miedo, sintiendo la cercanía y el aliento de toda la Iglesia, y sobre todo la mirada tierna del Señor, que no se olvida de nadie y mira con amor a cada uno de sus hijos”. Antes, en la homilía, les había recordado: “Cuando pierdes tu vida, cuando la ofreces generosamente, cuando la arriesgas comprometiéndola en el amor, cuando haces de ella un don gratuito para los demás, entonces vuelve a ti abundantemente, derrama dentro de ti una alegría que no pasa, una paz en el corazón, una fuerza interior que te sostiene”. “Todos somos nómadas de Dios, peregrinos en búsqueda de la felicidad, caminantes sedientos del amor. El desierto evocado por el salmista se refiere entonces a nuestra vida, somos nosotros esa tierra árida que tiene sed del agua límpida,  un agua que apaga la sed profundamente”, señaló en otro momento. Puede que estos nómadas puedan sembrar, con su susurro, la paz entre las naciones.