De amor y superlativos


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Todos los años, durante las fiestas de Pascua, la comunidad judía lee el Cantar de los Cantares. A principio de mes, fue inaugurada en el claustro mudéjar de San Pedro, de Teruel, una hermosa exposición fotográfica sobre este hermoso texto de la Biblia. Luis Arturo Giménez Alamán, con gran sensibilidad, en esta exposición de este gran “cantar de amor y de bodas”, nos va llevando de la mano para sumergirnos, desde nuestra retina, en la frescura de los aromas, las texturas, los colores, las flores, los metales, la madera, los perfumes y los cuerpos, que nos evocan amor a manos llenas para mantenernos eternamente jóvenes. Cada fotografía del amado y la amada, nos transporta a un mundo de sensibilidad y caricias, de deseos y búsquedas del ser amado.

Y lo que fue un cantar de bodas ha sido sublimado hasta llegar a ser un icono del amor de Dios por su pueblo y por cada uno de nosotros. El superlativo hebreo, “Cantar de los cantares”, le designa como el supremo cantar (igual que el Santo de los santos, el espacio que guardaba al Arca de la Alianza). Seguro que su lectura nos transportará como atraídos tras el aroma embriagador del amor, sumergiéndonos en una eterna primavera.

Dijeron que lo había escrito el Rey Salomón (el sabio de los sabios, otro superlativo hebreo) pero es posterior, más bien rondando el siglo III, antes de Cristo. Y esto lo sabemos por el vocabulario utilizado, ya que sus cantares mezclan palabras arameas, persas y griegas. La verdad es que algún exegeta piensa que detrás está la destreza de una o de varias mujeres. Tanta sensibilidad y sensualidad solo puede salir de la mano de una mujer. Además, la voz de la amada se escucha el doble de veces que la voz del amado.

Este librito de tan solo 6 pequeños capítulos, no es una obra como tal, concebida como un todo. Leo un estudio sobre este libro sagrado, que más bien es una recopilación ordenada de canciones de amor, al servicio de un gran texto dramático, plagado de piropos y requiebros, cantos irónicos, poemas nostálgicos, descripciones de los cuerpos de los enamorados y de los lugares y espacios para el amor: como el palacio, la viña, el jardín, la naturaleza…

Y como en el amor, iremos saltando de un escenario a otro, de una imagen a otra, de lo cotidiano a lo exótico, del exterior a la intimidad… Y como en el amor, iremos descubriéndonos tal cual somos, hasta desnudar nuestro cuerpo y nuestra alma. Pues la entrega del amor es sin límites.

Dicen, aunque nos perdemos quizás en la leyenda, que, en el año 90, de nuestra era, cuando se estaba fraguando el cristianismo, algunos judíos no consideraron como libro de la Biblia (el Libro de los libros, otro superlativo) a este texto, por encontrarlo excesivamente humano, y cuando decían humano se referían a su sensualidad, por supuesto. Los rabinos convocaron el famoso “Concilio de Jamnia”, para dilucidar. Jannia es la ciudad donde se trasladó el Sanedrín tras la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, en el año 70. El rabino Aquibá sostuvo con solvencia en aquella ocasión: “El mundo entero no es digno de aquel día en que nos fue entregado este hermoso libro, porque si los que los escribieron son santos, el Cantar de los Cantares es santísimo” (Yad III,5). Otro superlativo.

Luis piensa publicar un libro sobre esta exposición, porque sin querer nos lleva a buscar la interioridad, las esencias más insondables de nuestra humanidad, la relación de la fe y la espiritualidad más profunda hablando del amor y el deseo de Dios. En este momento se diluyen los límites más físicos y sensuales y comienza la mística. La experiencia más superlativa.