Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Cómo vivir un verano en católico? (I)


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A lo largo de este mes de agosto vamos a proponer en este espacio alguna serie de propuestas culturales para este tiempo. Relajamos el tono que marca la actualidad religiosa para conectar con distintas formas de presentar el fenómeno religioso que a menudo se cuelan en el tiempo libre o en los momentos de desconexión. Empezamos este lunes con una película.



La película

Hace más de un año vio la luz la esperada adaptación cinematográfica de la novela del alemán Hermann Hesse, ‘Narciso y Goldmundo’. La película está dirigida por el ganador del Oscar, Stefan Ruzowitzky –director, por ejemplo, de ‘Los Falsificadores’– y está disponible en el paquete básico de varias plataformas. Hesse (1877-1962) fue, además de escritor, poeta o pintor. El éxito de sus novelas, poemarios o relatos breves le hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1946.

En su vida fue educado en las corrientes pietistas evangélicas que surgieron en tantas modalidades después de la Ilustración y, ya maduro, acabaría confesando una especie de teosófico como esquema de creencias de un espiritualismo filosófico que en cierto sentido queda reflejado en la obra que ha sido llevada a la pantalla. Otro detalle de contacto entre novela y realidad es su paso por el seminario evangélico de Maulbronn –la escena central de la obra se sitúa en el monasterio ficticio de Mariabronn–, del que se escapó por su rigidez y, como el diría años más tarde en su autobiografía, porque la poesía que tanto ansiaba dominar no era considerada un oficio de provecho en la institución religiosa. Ni que decir tiene que tampoco encajaría mucho en otras instituciones educativas por las que iría pasando.

Como ocurre con ‘El nombre de la rosa’ el entramado existencial y religioso de un monasterio benedictino del medievo sirve de ágora en la que presentar distintas cosmovisiones tan opuestas como conciliables. Algo que está presente desde el mundo título de la obra, el reflexivo y ascético monje Narciso y el inquieto artista Goldmundo, que es abandonado por su padre en un monasterio. Dos personalidades unidas por una amistad eterna –que en la película, al margen de la obra literaria, se insinúa en ocasiones como auténtica atracción– y una búsqueda de la belleza a través de distintos caminos. “Vuestra patria es la tierra y la nuestra la idea. El peligro que os acecha es el de ahogaros en el mundo sensual; a nosotros nos amenaza el de asfixiarnos en un recinto sin aire”, explicaría de esta manera Narciso la lucha de contrarios.

Entre los muros del monasterio o en las peripecias vitales de quien lleva una vida errante se entrelazan los deseos de dar sentido a la propia existencia. “Ahora veo con claridad, por vez primera, que hay muchos caminos para el conocimiento y que el del espíritu no es el único y acaso no sea el mejor”, dice en la novela el monje al viejo amigo en torno a la creación de un rentable en torno a la Virgen María y a un ramillete de santas femeninas. “La vida, evidentemente, llevaba en sí una especie de culpa… ¿por qué, si no, un hombre tan puro y sabio como Narciso había de someterse a ejercicios de penitencia como un condenado? ¿O por qué tenía él mismo, Goldmundo, que notar en el fondo de su alma esa sensación de culpabilidad? ¿Por ventura no era feliz? … ¿Por qué tan a menudo se veía sumido en meditaciones, en cavilaciones, a pesar de saber que no era un pensador?”, diría Hesse sobre su obra.