¿Cómo nos salva el Señor?


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Hace unos días, un amigo me contó la historia de la imagen de Nuestra Señora de Madrid, que actualmente se encuentra en la parroquia de San Vicente Ferrer, junto al hospital Gregorio Marañón. Resulta que esa talla, al parecer del siglo XVI, fue robada de una ermita y llevada a una “mancebía”, una forma eufemística y antigua de aludir a un burdel, donde la pusieron en la ventana, como una muñeca.



La historia me hizo recordar algunas “caídas” que vemos en la Escritura. Con lo de “caída” me refiero a las bajadas hasta lo más bajo de lo humano, quizá para percibir más claramente la salvación que surge desde ahí.

La primera caída es la que vemos en los llamados Cantos del Siervo de Isaías, especialmente en el cuarto, donde se habla de un misterioso personaje que, “desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano […] sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado” (52,12-14; 53,2-3). Sin embargo, ese personaje es a través del cual el Señor lleva la salvación a Israel: “Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes” (53,5-6). Por eso, finalmente, el Señor podrá decir: “Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos” (53,11).

Segunda caída

Una segunda “caída”, quizá inspirada –al menos en parte– en la del Siervo, es la del famoso himno paulino de Flp 2,6-11, donde, hablando de Cristo, se dice que “no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres [y así] se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (2,6-8). A partir de aquí comienza la subida, hasta serle concedido el “Nombre sobre todo nombre”, de modo que “toda rodilla se doble [ante él] en el cielo, en la tierra, en el abismo”, es decir, en todas partes, aupando así a Jesús a lo que dice el propio Dios de sí mismo por boca del profeta Isaías: “Ante mí se doblará toda rodilla” (Is 45,23).

Muchas veces, lo más bajo, por contraste, es lo que permite percibir la grandeza de lo alto. La presencia de la Virgen en un burdel es, en realidad, algo coherente con el Salvador clavado en una cruz.