José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Cerca de las personas


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Caritas Diocesana de Madrid ofrece para el día del Corpus un cartel que es un abrazo y un lema que es un reto siempre a descubrir y a agradecer: ‘Cerca de las personas’. Me recuerda como el pobre “tira” de mí. Y pobre de mí si no me apoyo en la caridad.



Aquello del Papa Francisco en mayo de 2013, al canonizar a la mejicana Madre Lupita: “Quien acaricia a los pobres, toca la carne de Cristo”. Y lo pongo con un ejemplo personal de hace años: El viaje a las entrañas de la migración que tanto nos toca las nuestras en tantos lugares donde a los refugiados ni siquiera queremos acoger. O como Inglaterra ha hecho: enviarlos lejos de sus islas. A Ruanda nada menos. O los acogemos de manera selectiva (que no todo es Ucrania).

No se trata solo de pensar, de denunciar, actuar, proponer, hacer, protestar, ayudar. Se trata, también, con modestia lo propongo, de dejarse tocar por las entrañas de aquellos que, como me decía Ciriaco Benavente, presidente que fue de la Comisión de Migraciones, “cuando la tarta del bienestar se achica, son los primeros que se quedan sin su trozo. Aquellos que precisamente deberían ocupar los primeros puestos en el banquete del Reino, porque son los más preferidos de Dios”.

Hospital de campaña

Recuerdo un viaje a Tánger. Y en ese viaje la presencia escurridiza de algunos jóvenes, siempre jóvenes, que se intentaron esconder en los huecos de las hélices de un Ferry. Para morir allí si no los hubieran sacado. Acogido más aquella vez por la austera y alegre hospitalidad franciscana de monseñor Agrelo y su comunidad de puertas abiertas. Este arzobispo que reiteradamente grita denuncias evangélicas.

Recuerdo que en uno de esos viajes compartí una cena junto a jóvenes españoles. Estos, junto a otros muchos (cientos me dicen), que estaban en la ciudad de Tánger en diversos campos de trabajo ayudando y empapando también sus entrañas con los niños y mujeres de la calle, los discapacitados profundos, y los emigrantes en tránsito a quienes tienen que acoger con un cierto disimulo para que la hospitalidad no tenga problemas legales.

Es decir, ayudando a los descartados de este mundo, donde el hospital de campaña de la Iglesia samaritana, que ha impulsado el Papa Francisco, se hace permanente realidad gracias a tantos hombres y mujeres buenos, a tantas instituciones religiosas y civiles que aquí dejan su vida constantemente. En algún viaje estuve toda la mañana visitando obras y proyectos: por ejemplo los de la Cruz Blanca que, coordinados por el hermano Mikel, vasco de nacimiento, inmigrante de origen y de destino, atiende a los que nadie quiere: discapacitados profundos O a las mujeres abandonadas por su maridos que reciben la atención discreta (hacia ellas y sus recién nacidos) de las monjas de Teresa de Calcuta.

Los pobres en el centro

O la atención más alborotada y bulliciosa de los citados cientos de voluntarios españoles que pasan por aquí y colaboran en las instituciones católicas que les amparan. Esto es lo que más recuerdo ahora tras el reposo y el repaso de distintas visitas por variados lugares de la emigración en el norte de Marruecos… pidiendo el que el Covid no se lleve la cercanía presencial hacia los empobrecidos, Recuerdo también la información trasmitida por Caritas Rabat presente en el ámbito de la migración desde hace casi 20 años con proyectos de asistencia y apoyo a las personas en situación de movilidad( Caritas es referencia clara en este campo) para que puedan ejercer sus derechos fundamentales en Marruecos.

Hoy recuerdo que un día, cuando se hizo de noche, descalcé mis pies en la capilla de los franciscanos que nos acogían en Tanger. Entré. Me quité las sandalias en una Iglesia católica… en territorio musulmán. Como Abrahán ante la zarza, me descalcé los pies. Pero no sé por qué sentí que lo que descalcé fue el alma. Y allá me situé ante el Señor, intentando revivir el día como todos los que viven la espiritualidad ignaciana y otros muchos hacen en el examen y en el discernimiento. Recuerdo como si fuera hoy la oración de esa noche cuando se me hizo presente -como si de nuevo me hallara presente a kilómetros de distancia- lo acaecido en el día: una visita a Nador coincidiendo con un salto a la valla.

En aquella ocasión tuve que acompañar en la casa de la Delegación del SJR de Nador, a un emigrante que, abrazado a mí, caminaba hacia el necesario reposo para las sanación de su cuerpo, tras haber sido herido por la fuerzas de seguridad marroquí en un salto a la valla . Y hoy traigo de nuevo aquella imagen. El cartel de Caritas Madrid me lo recuerda. Donde yo creía que, apoyado en mi hombro, le conducía a él hacia una tierra de hospitalidad, el Señor me avisaba: “la cosa es al revés”.

Era él el que conducía mi vida. Y no yo la suya, siempre pendiente para que las víctimas conduzcan mi vida. Aunque mi vida muchas veces (¡demasiadas!) la desvío –como la mirada- por otros caminos buscando puertas no demasiado estrechas. No es esto lo que quiere el Evangelio. Ni lo que quiere -a trompicones- la Iglesia. Los pobres y las víctimas en el centro. Cerca de las personas. Que los pobres nos conduzcan.