Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Armas y paz: el México que tememos


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En días pasados las imágenes que hemos visto de la violencia en Culiacán, Sinaloa; así como en zonas diversas de Michoacán y Guerrero aumentan nuestra percepción de mayor riesgo e inseguridad. Hoy tenemos datos y tal parece que no solamente es una percepción. De acuerdo con las últimas cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), entre diciembre de 2018 y septiembre de 2019 en el país fueron asesinadas 28 mil 782 personas, de las cuales 25 mil 890 casos ocurrieron en 2019. Esto marca un promedio de 95 asesinatos por día, conforme el reporte del diario El Financiero.

Hay un primer hecho en México que debemos reconocer, en el país la violencia ya no es solamente interpersonal, intra familiar, política comunitaria. Las imágenes que siembran temor constatan la actuación de grupos fuertemente organizados que ejercen el control del territorio, similar a lo que ocurre en las guerras tradicionales, pero quizá con diversos propósitos, sabemos algo de su estructura, probablemente desconocemos si en su radar hay una ideología o una suerte de lucha o ideal. Una solución duradera requiere de un análisis serio y de una concurrencia de voluntades entre los actores clave en el país para implementar acciones específicas, esto nos incluye como Iglesia.

Foto: Revista Monocle, 2010

Uno de los hechos que más ha sorprendido ha sido la presencia de armas de grueso calibre que solamente podrían estar en posesión de las fuerzas de seguridad. En nuestro legado magisterial encontramos referencias claras respecto a este punto desde que se publicó la encíclica “Pace in Terris” (113)  por el papa Juan XXIII (1963); la preocupación por el armamento hasta entonces en posesión de ciertas naciones, era motivo de enorme preocupación. Misma que ahora parece vigente pero con un mayor grado de complejidad, las armas se salieron de control y pasaron a manos de individuos con intereses particulares. Por eso “Pace in Terris” resuena con nueva fuerza para recordarnos que “ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la angustiosa perspectiva de la guerra. Esto, a su vez, requiere que esa norma suprema que hoy se sigue para mantener la paz se sustituya por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca”.

La confianza recíproca entre países, entre instituciones, entre personas es algo de lo que todavía carecemos. Entendiendo que la confianza no es un atributo estático, la confianza es dinámica y se actualiza constantemente. Tiende a deteriorarse cuando nuestras relaciones, palabras y acciones faltan a la verdad; tienden a hacerse sólidas cuando generamos diálogo, accedemos a la justicia y somos capaces de reconocer ante otros nuestros errores y pedir perdón. Sin duda, uno de los mensajes más trascendentes de la encíclica es que la paz tiene fundamento en el respeto a la dignidad del ser humano, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y esto se concreta en el reconocimiento y el respeto de los derechos humanos. Cuando miles de personas en México viven en la zozobra cotidiana, con un alto riesgo de ser lastimados físicamente o temen seguir heridos con el dolor de una pérdida o desaparición cercana, resulta muy banal hablar de seguridad y de paz, con la confianza social deteriorada. La construcción de paz es un proceso de altas y bajas, en nuestras pastorales hay miles de promotores y promotoras de paz que pueden dar cuenta de ello, de este trabajo para construir paz hay ya mucho que aprender.