Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Aparentar sinodalidad


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Hay una canción popular cuya estrofa dice lo siguiente: “Bilbao es tan pequeño que no se ve en el mapa, pero bebiendo vino lo conoce hasta el Papa”. En estos días me ha venido a la cabeza está tonadilla, con ese toque de fanfarronería que tanto nos caracteriza a los bilbaínos, al leer la noticia sobre la diócesis de Liechtenstein. Se trata de un país que recuerdo haber estudiado en algún lejano momento de mi adolescencia, pero que ahora tendría grandes dificultades si quisiera situarlo en el mapa.



La noticia decía que era la primera diócesis de la Iglesia que había informado a la Santa Sede de que no llevará adelante ninguna actividad propia del proceso sinodal que acabamos de empezar. Se afirmaba que su pequeño tamaño permitía la participación de todos y por eso veían innecesario hacer nada especial. A mí ese argumento me recuerda un poco al que esgrimen quienes niegan ser machistas diciendo que no es posible porque tienen madre y hermanas, o al de quienes, frente a la acusación de homófobo, alegan que tienen amigos gais. A pesar de todo hay un aspecto de honestidad en esa declaración que no puedo evitar reconocer. Ellos han tenido el valor de reconocer públicamente que no van a realizar ningún proceso sinodal, sin tener reparo en llevar la contraria ni en destacarse a nivel universal, en vez de dar el pego y ponerse un barniz con el que pasar desapercibidos.

Dificultades prácticas

A mí me llegaba esta noticia justo después de haber escuchado el desahogo de una religiosa amiga. Ha sido nombrada oficialmente, con carta sellada y solemne, como miembro del Consejo Diocesano para llevar adelante esta iniciativa, pero me contaba enfadada las permanentes dificultades prácticas. No quiero entrar en pormenores, pero su relato me mostraba que para demasiados sacerdotes con responsabilidades esto no es más que el mismo perro, pero con distinto collar. Ella contaba su experiencia, en la que la participación era “reparto de trabajo”, que luego pasa por el filtro, censura y corrección de unos pocos curas, porque consideran bien que no es como se ha hecho siempre (¡que es, precisamente, la pretensión!), o bien que el común de los mortales no será capaz de llevarlo adelante.

Vamos, que el hecho de que las diócesis no renuncien públicamente, como la de Liechtenstein, a acoger las directrices propuestas por la Iglesia no implica sin más que esté haciéndose camino una verdadera conversión sinodal. Me temo que tenemos tan incrustado en nuestra mentalidad el “siempre ha sido así” y el “doctores tiene la santa Iglesia”, que para demasiados resultan una quimera las consecuencias prácticas de que el Espíritu Santo puede iluminar a todos los bautizados, y no solo a los curas. No quiero parecer agorera, pero me temo que demasiadas diócesis aparentarán llevar adelante las iniciativas sinodales como modo de blanquear, solo de cara afuera, dinámicas eclesiales que ya están muertas, como denunciaba Jesús a los fariseos de su época (Mt 23,27). Al final, no podemos más que agradecer que, como la canción, Liechtenstein sea muy pequeña, pero que su posicionamiento lo conozca “hasta el Papa”.