Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

60 años de la Pacem in terris, y seguimos en guerra


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Un adagio sobre el estudio del tiempo reza: “la historia no es cíclica, solo es que los hombres cometen los mismos errores”, y es que después de lo cruento del siglo XX, denominado por muchos como el siglo breve, seguimos en el XXI atrapados en las garras de la violencia.



El papa Francisco, lo dice con palabras semejantes, “la humanidad está enamorada del espíritu de Caín”. El origen mismo del relato bíblico muestra como el mal es una decisión, por tanto, la guerra también lo es; un asunto primeramente ético.

El cardenal Gianfranco Ravasi, en un comentario sobre el episodio del Génesis, dice: “Caín es el símbolo de la violencia deliberada, consciente y adulta, y es también el signo de las luchas fratricidas”.

En consecuencia, seis décadas después de la Pacem in Terris vemos la invasión de Rusia a Ucrania, y la violencia desbordada en Israel como decisiones deliberadas, “conscientes” (entre comillas porque responden a la irracionalidad en el actuar), y adulta en la madurez de cada conflicto.

El llamado siempre necesario de Papa Roncalli

Hoy la encíclica de Juan XXIII debe ser leída nuevamente. El gran salto que la Iglesia dio al reconocer y asumir la relevancia de los Derechos Humanos es uno de sus mayores aportes.

El origen de la dignidad de la persona, como medida de cualquier acción política, y la relación subsidiaria entre gobiernos y ciudadanos para facilitar la paz en la comunidad internacional, están como hilo conductor de todo el documento.

El contexto de la encíclica fue la guerra fría, las amenazas de la guerra de misiles, casi que los mismos actores de la dramática escena de ayer están en el panorama de hoy. Un retroceso o poco avance de la conciencia civil.

Si, conciencia civil, porque en la lógica perversa de la guerra a más de uno se le ha ocurrido justificar los ataques, y no, el mal nunca puede ser justificado. Los ataques contra civiles no pueden ser justificados.

¿De qué lado podemos estar?

Sí habría que tomar una posición en la guerra, la única moralmente aceptable, sería la del lado de las víctimas, la de los inocentes, la de los miles de civiles que quedan atrapados en la línea de fuego, la de los centenares de fallecidos por ataques calculados fríamente para el exterminio. Ni pensar en lo atroz de la decapitación de niños. ¿Realmente se puede creer que eso está bien?

La guerra es una derrota humana y un embargo al futuro de las generaciones que vienen, en las que se siembra el miedo y la desconfianza, y peor aún, la conciencia sectaria de uno contra otro.

El papa Francisco, en un texto introductorio del libro que recoge sus catequesis sobre la paz, hizo una invitación que sigue vigente:

“Cuando nos dejamos devorar por este monstruo representado por la guerra, cuando permitimos que este monstruo levante la cabeza y guíe nuestras acciones, todos pierden, destruimos las criaturas de Dios, cometemos un sacrilegio y preparamos un futuro de muerte para nuestros hijos y nuestros nietos”.

¡Ojalá celebremos a la Pacem in terris con la paz, y no la recordemos por el ruido de sables y misiles de la guerra!


Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.