¿Entierro o cremación?

Ilustración-incineración(Vida Nueva) Cada vez se producen más incineraciones en España. ¿Cuáles son realmente sus causas? ¿Qué dice la Iglesia ante esta creciente opción? El profesor de Derecho litúrgico, José A. Fuentes y el sacerdote Fernando Rubio dan su opinión sobre estas dos formas de tratar los restos de nuestros difuntos.

Frente al negocio, un destino digno

José-A-Fuentes(José A. Fuentes Alonso– Profesor Ordinario de Derecho litúrgico. Facultad de Derecho Canónico. Universidad de Navarra) ¿Enterramiento o incineración? Ante esta pregunta, resulta fundamental diferenciar lo que ha sido la costumbre eclesial hasta hace poco y lo que es la realidad presente.

La Iglesia, hasta los años 60, no admitía las incineraciones. La razón era muy sencilla: en aquellos momentos, quienes elegían la incineración no sólo actuaban en contra de la costumbre eclesial, sino que solían hacerlo en oposición a lo que era la fe de la Iglesia. Por su parte, durante siglos, los que han tenido la fe cristiana han manifestado la caridad para con los difuntos y, a la vez, han mostrado la fe en la resurrección, sepultando a los difuntos de una manera digna. Recuérdese la importancia de los enterramientos en las catacumbas o, con el tiempo, en las iglesias o cementerios católicos.

En estos momentos, son muchos los que conservan la costumbre de enterrar a los muertos, haciéndolo, además, en sepulturas que, normalmente, se bendicen. Muestran así un trato con los cuerpos lleno de caridad, fe y esperanza en la resurrección. Pero la realidad actual se completa también con lo siguiente: hoy día las familias, ante un fallecimiento, con mucha frecuencia, sin dejar de tener la fe y la esperanza de la Iglesia, se ven obligadas a elegir la cremación por causas de naturaleza económica.

Por tanto, en estos momentos, estamos ya ante una realidad muy diferente a la que fue normal antiguamente. Hoy día, muchos cristianos acuden a la incineración. Unos, dejándolo así previsto en sus últimas voluntades o eligiéndola para sus familiares. Se puede asegurar que casi nadie elige la incineración para oponerse a la fe de la Iglesia, y por eso la Iglesia lo permite en el canon 1176 del Código de Derecho Canónico. Aunque, desde luego, si hubiera constancia de elección de la cremación por razones contrarias a la fe cristiana, la Iglesia que, como siempre, debe ser respetuosa con lo que cada uno ha elegido, no realizará exequias católicas (c. 1176, par. 3). Cada uno se puede enterrar o enterrar a sus parientes, como quiera. Puede elegir hacerlo en la Iglesia o fuera de la visión cristiana de la Iglesia.

Aquí nos encontramos con la clave de lo que está pasando: los muertos y los enterramientos son un negocio. Es necesario superar la utilización economicista de los difuntos y de los cementerios. Los ayuntamientos tienen que ofrecer un servicio público. Y no será ni servicio ni público si los precios de las sepulturas son sólo para los ricos, quedando los nichos para familias que los consiguen sólo por medio de grandes esfuerzos. Para el resto, la única alternativa que les queda es la de incinerar a sus parientes. Esta actitud es, en verdad, escandalosa, y más teniendo en cuenta las corrupciones económicas que asolan a muchos de nuestros municipios.

Ante todo esto, ¿qué debe hacer la Iglesia y qué debemos hacer los cristianos? Desde luego, lo que no nos plantearemos será recriminar a nadie por tener que elegir una incineración por causas de naturaleza económica. Pero si asumen esa elección declarando contra la fe, por ejemplo, mostrando que no creen en la Resurrección, entonces a los cristianos sólo nos quedará el camino de dejar constancia de esa elección.

En los casos normales, la Iglesia ahora, como hizo hace siglos, procurará ayudar para que los pobres tengan unos enterramientos dignos. Ésta es una de las obras de misericordia que ya se muestra en el libro de Tobías y que siempre han manifestado los cristianos.

En esta cuestión, los fieles, tratando de influir en la realidad social, debemos exigir a los municipios que no utilicen el suelo público de los cementerios para su enriquecimiento. Y para cuando los fieles se vean en la necesidad de acudir a la cremación, la Iglesia ayudará para que se dé un destino digno a las cenizas de los seres queridos. En Navarra, por ejemplo, las parroquias empiezan ahora a destinar lugares que sirvan como columbarios para las cenizas de los fieles difuntos.

No tiene sentido que las cenizas acaben encima del televisor, encima de la nevera o junto al bote de Cola Cao o el cesto de la fruta. Esto, además de no ser cristiano, es antihigiénico, e indica falta de respeto a los difuntos. Como es una falta de respeto a los demás, lo que a mí ya me ha ocurrido, toparse en un sendero, o en la cima de un monte, con quienes están aven- tando las cenizas de un ser querido. No se debe frivolizar con los restos corporales de los difuntos, ni tampoco con sus cenizas. Los restos de los difuntos se deben tratar con respeto, y también se debe respetar a los vivos que nos rodean.

Hoy, como ayer, en lo que se refiere a los difuntos y a sus enterramientos, todo se debe enmarcar en la higiene, el respeto y, para los creyentes, en la caridad y en la fe.

Quemar no está en contra de la doctrina

Fernando-Rubio(Fernando Rubio Bardón– Párroco de San Juan el Real de Oviedo) Un tema candente hoy, el de la cremación o el enterramiento, cuando en Asturias –y algo parecido sucede en toda España– se incineran el 43% de los fallecidos.

Aún hoy, cuando al final de la misa de difuntos despedimos el cadáver, utilizamos estas palabras del ritual: “Según la costumbre cristiana daremos sepultura al cadáver de…, pidamos a Dios que este cuerpo que ahora enterramos en debilidad Dios lo resucite en fortaleza y lo agregue a la asamblea de sus elegidos”. Es decir, la Iglesia aún hoy prefiere el enterramiento. Sin embargo, se me ocurre hacer unas consideraciones:

1. Desde hace unos años, a no ser en pueblos de pocos habitantes, no existen apenas enterramientos. Hay, sí, baterías de nichos, sepulturas de fábrica o panteones en los que se introducen los féretros. Por consiguiente, no hay enterramientos propiamente dichos. “Enterrar –dice el Diccionario de la Real Academia– es poner debajo de tierra”.

2. En esos nichos, panteones o sepulturas de fábrica, los cadáveres, a través del tiempo, se convierten en polvo, como en polvo se convierten los “enterrados” en tierra, sirva la redundancia. Lo decimos el miércoles de ceniza: “Recuerda que eres polvo y te convertirás en polvo”. Y surgen preguntas. ¿No se convierten en polvo lo mismo los incinerados que los enterrados o los introducidos en nichos o panteones? ¿Es más Templo de Dios el cuerpo del que se entierra que el que se incinera o se introduce en un nicho o panteón? ¿Es que al cuerpo incinerado no le podemos aplicar aquellas palabras: “Que Dios lo resucite en fortaleza y lo agregue a la asamblea de sus elegidos”? ¿No resucitarán también los cuerpos de aquellas personas que murieron carbonizadas en accidentes de aviación o los cuerpos de los desaparecidos en el mar? Dios, que nos creó, nos resucitará con los mismos cuerpos, hayamos sido enterrados, depositados en un nicho, quemados o tragados por el mar.

Establecido este principio de que es tan cristiano quemar como enterrar, creo que la incineración de los cadáveres y la recogida de los restos en una urna cineraria tiene algo muy positivo y más acorde con nuestra fe. Según nos decía ya el segundo libro de Macabeos: “Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos para que sean absueltos de sus pecados”. Pues bien, la experiencia diaria dice que los fieles que han incinerado a sus difuntos y depositado sus cenizas en una urna cineraria en un templo, cuando asisten a la Eucaristía, siempre ofrecen a la persona cuyas cenizas están en la urna, una oración. En cambio, ¿qué pasa con los cementerios? Los días 1 y 2 de noviembre son visitados por infinidad de personas que atiborran de flores las tumbas de sus seres queridos, pero que, después, no vuelven ni a retirar las flores ni a dedicarles una oración al lado de sus sepulturas.

En cambio –y esto lo vivo todos los domingos y festivos cuando me acerco a la parroquia para celebrar la Eucaristía–, infinidad de fieles se acercan a las urnas que contienen la cenizas de sus seres queridos y les dedican una oración.

Lo que sí tengo claro es que las cenizas de los que partieron ya de este mundo han de ser tratadas con respeto y mimo. Por ello, pienso que no es cristiano ni humano, sino “pura moda” el esparcirlas por cualquier lugar o convertirlas en cruces o anillos.

Y una vez demostrado –pienso yo– que la incineración no está en contra de la doctrina de la Iglesia sobre la resurrección de los muertos, unas palabras para demostrar que la incineración es  más cómoda para los familiares del difunto, más higiénica y hasta más barata.

Más cómoda para los familiares. La familia del fallecido, o celebra las honras fúnebres con el cuerpo presente e inmediatamente lo incinera y recoge las cenizas en una urna, o celebra las honras fúnebres con las cenizas que, en el mismo momento, se introducen en la correspondiente urna del columbario del templo. Con ello no tiene que preocuparse de la conservación y cuidado de la sepultura de fábrica o del panteón del cementerio.

Más higiénica. No necesita pruebas, pues salta a la vista.

Más barata. Las urnas de los columbarios se adjudican para siempre y el cuidado de las mismas corre a cargo de la parroquia, que recibe por parte del propietario de la “urna” respectiva una cantidad insignificante.

Si esto fuera poco, en cada urna, del tamaño más pequeño, caben cinco ánforas y, en las de mayor capacidad, veinte.

En una ciudad relativamente pequeña, como es Oviedo, hay ocho parroquias que tienen columbario. ¿Por qué será?

En el nº 2.684 de Vida Nueva.

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