El ‘pecado’ de ser cristiano en un Irak en guerra e inestable

De vuelta en España, el misionero Manuel Hernández describe su experiencia durante cinco años en el país

manuel-hdez(F. J. Martín) Tony Edward Shawel tenía cinco años. Fue raptado en los albores del mes de mayo en Sheykahn. Sus captores pusieron precio a su vida: 50.000 dólares. El pequeño, de familia cristiana, apareció muerto apenas dos semanas más tarde. Susan Latif y su suegra, Muna Banna, fueron tiroteadas en su casa de Kirkuk a finales de abril. En esa ciudad también cayó abatido Basil Shaba y otros dos miembros de la familia resultaron heridos. Como Tony, todos habían cometido el pecado de ser cristianos en un país como Irak. En este lugar, objeto de interminables análisis políticos y de intereses económicos, la práctica religiosa de las minorías es objeto de persecución, hostigamiento y presión por parte de grupos radicales que buscan la huida de comunidades como los católicos caldeos, que han protagonizado un éxodo, silencioso y silenciado, que escandaliza por sus cifras. Según el último Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo, editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada, cerca de 30.000 cristianos iraquíes viven en Jordania, 100.000 en Siria y 4.000 en Turquía, a los que habría que sumar varios miles más diseminados en Líbano, los Estados Unidos o diversos países europeos. Las cifras no dejan lugar a la interpretación: en 2003, los católicos en el país alcanzaban los 800.000; hoy apenas suponen una cuarta parte.

manuel-hdezpCinco años en los que un misionero español, Manuel Hernández, ha hecho vivas, con su testimonio, las palabras del obispo de Kirkuk, Louis Sako, tras el funeral por Susan Latif y Muna Banna: “No dejaremos Irak. Tenemos la misión de permanecer aquí; queremos dar testimonio de nuestros valores cristianos. Aunque intenten matarnos, permaneceremos”. 

Muchas veces se le ha preguntado a este carmelita descalzo por qué no regresaba de un lugar tan conflictivo y tan peligroso para desarrollar en plenitud su labor misionera, y otras tantas se ha visto obligado a repetir lo mismo: “Por una razón muy simple, porque quería estar a su lado. He sido consciente de que no podía hacer casi nada, pero quería estar a su lado, ser solidario con su sufrimiento, sufrir con ellos”, en un período en el que proclamarse cristiano ha sido, a veces, sinónimo de martirio en Irak, de forma muy especial en las ciudades de Bagdad y Mosul.

En minoría y en peligro

cristianos-irakLa Constitución iraquí (de octubre de 2005) establece que el Islam es la religión oficial del Estado y que “no se puede promulgar ninguna ley que entre en contradicción con las disposiciones del Islam” (art. 2.1a). Establece, asimismo, que el Estado defenderá los derechos religiosos de todos los creyentes y garantizará los derechos administrativos, políticos, culturales y educativos de todos los grupos étnicos, mencionando expresamente a los caldeos. Sin embargo, la inestabilidad política y la vorágine terrorista lo han hecho imposible. Hace ya dos años que los patriarcas de las Iglesias caldea y asiria lo denunciaron con dureza y nitidez: “Los cristianos somos víctimas de chantajes, secuestros y desplazamientos forzados (…), mientras que el Gobierno permanece en silencio, sin tomar medidas firmes para frenar esta situación”. Un prelado iraquí profundizaba en ello: “Todo apunta a la disolución del cristianismo en Irak. El actual marco institucional, en el que la sharia es la única fuente de legislación, deja fuera a los cristianos. Éstos sólo pueden escoger entre replegarse sobre sí mismos o diluirse en el conjunto”.

Presión y hostilidad que han sufrido los católicos iraquíes y los misioneros extranjeros como Manuel Hernández, que durante buena parte de estos cinco años ha estado recluido en la comunidad conventual: “¿Que cómo he vivido? En un país en guerra y encerrado. Pero yo lo he vivido como un servicio, ha sido la única forma que tenía de estar con aquella gente, de hacerme presente en aquel país. No tenía otra posibilidad. Todo ha sido una cadena de dolor, de sensaciones negativas. No es que yo haya vivido como en una prisión, porque yo lo he elegido, pero no cabe duda de que ante esa realidad a mí me faltaba el aire”.

En esas circunstancias, el misionero andaluz se enteraba de familias que tenían que huir, chicas amenazadas si no se casaban y se convertían al Islam, extorsiones a cristianos caldeos con cifras que acumulaban ceros sin fin, a cambio de amenazas de exilio, muerte o secuestro. Desde el claustro del convento, Manuel conocía la existencia de “grandes persecuciones, sobre todo en Bagdad y Mosul, como la muerte del arzobispo caldeo Paulos Faraj Rahho. Familias enteras que de la noche a la mañana tienen que dejar sus casas bajo amenaza de muerte y que no tienen adónde ir”.

cristianos-irak-2Ahora, de vuelta a una comunidad de carmelitas descalzos en Madrid, reflexiona sobre un período interminable pero pasado: “Fíjate, la última alegría que he experimentado ha sido viniendo en el avión de Bagdad; pensaba que era poco lo que he podido hacer en estos cinco años, pero repasé los casos particulares y ése es el servicio que he podido prestar a muchas de las personas que he encontrado allí”. En este sentido, Manuel se siente contento pero insatisfecho, y relata: “Lo más duro han sido los muertos. En la oración de la mañana siempre pedíamos por los asesinados durante la noche y la mañana; en la oración de la tarde, por los asesinados de todo el día. Y aquí sigo pidiendo por ellos”. 

Dolor que enriquece

“Me vuelvo tranquilo, me vuelvo bien, porque soy consciente de que he vivido unos años muy difíciles y unas experiencias que otros no habrían podido soportar. Me vuelvo con esa convicción de que ahora ya he elegido lo mejor porque ya no podía más”. ¿Por qué? “La situación, la presión, el miedo que continúa, la corrupción tan enorme que existe en ese país, cuando ves que el que pierde siempre es el pobre… Ha sido un volcán que estaba en ebullición en mí y que finalmente me hacía un daño físico y psicológico terrible”. Un dolor que “te hace sufrir, pero también te enriquece”.

Un dolor que también, sigue Manuel, “da sentido a la vocación misionera. Cuando te ves capaz de hacer tuyas las alegrías y las penas de los demás, entonces te das cuenta de que alcanzas la plenitud de la vida misionera”.

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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