Editorial

En la pendiente de la precariedad

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El año 2022 ha dado sus primeros pasos con un contexto más que aciago para el bolsillo de los españoles. A los zarpazos que continúa lanzando el coronavirus con continuas oleadas de contagios, se suma una escalada de precios imparable. La subida de la factura de la energía ha arrastrado tras de sí otros tantos recibos y gastos: la vivienda, los transportes, la cesta de la compra…



En términos globales, se han coronado unos niveles de inflación del 6,7%, a los que no se llegaba en cerca de treinta años. Este fenómeno se une a una precariedad laboral enquistada que castiga especialmente a las mujeres y a los jóvenes, que redibuja en tono gris oscuro a una sociedad en la que las redes para sostener la caída de quienes se encuentran en riesgo de exclusión ya quedaron debilitadas en la crisis financiera de 2008.

Todos estos elementos, entrelazados con el aderezo de la crispación ideológica de fondo y la incertidumbre adherida a esta emergencia sanitaria, provocan que la conocida ‘cuesta de enero’ no solo se presente más empinada que nunca, sino que se convierte casi en un muro. La gravedad es tal que, para muchos hogares, esta pendiente se ha cronificado hasta tal punto que ya no será posible escalarla en los meses siguientes, dado el endeudamiento que se arrastra desde la irrupción de la pandemia.

Así lo atestiguan quienes están al pie de las Cáritas parroquiales y de las demás plataformas sociales de la Iglesia, que ven cómo se están multiplicando los demandantes de ayuda para pagar la luz, el agua, los gastos del colegio, los alimentos básicos, la hipoteca o el alquiler.

Esta exclusión lenta pero sin tregua se ve silenciada por el ruido de los rifirrafes de unos políticos enredados en batallas ideológicas, pero con escasa capacidad de reacción para salir al rescate a corto, medio y largo plazo.

Economía sostenible

Desde marzo de 2020 –con el primer confinamiento y, especialmente, a través de la encíclica ‘Fratelli Tutti’–, Francisco viene denunciando que no caben parches para acabar con esta espiral de desigualdad a la que aboca “el dogma de la fe neoliberal”. Solo cambios estructurales profundos, fruto del consenso, como la nueva reforma laboral respaldada tanto por empresarios como por sindicatos, podrán reconstruir un tejido social quebrado, que puede ser la antesala de una desafección ciudadana, como ya se está comenzando a palpar en las calles.

Si la variante Ómicron ha dejado en evidencia la falta de previsión de las administraciones públicas y la nula conciencia de que no se vencerá al coronavirus sin acciones globales, esta cuesta de enero amenaza con perpetuarse si no se ponen las bases de una auténtica economía sostenible, que coloque en el centro a la persona y que recupere el sentido de la comunidad.