¿Una Iglesia que se niega a morir?


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Marchas y contramarchas. Libros escritos “a cuatro manos” que eran solo dos. Por momentos, en algunos personajes de la Iglesia se percibe un desconcierto, una incomprensión sobre lo que ocurre y sobre todo enojo, mucho enojo. Algunos se preguntan con fastidio qué está ocurriendo ¿Cómo puede ser que en nuestro tiempo tantos “se alejen del buen camino” y rechacen las enseñanzas de Jesús de Nazaret? ¿Cómo es posible que la persona más deslumbrante que ha pisado este mundo sea hoy ignorada? Pero es probable que ese disgusto con “los alejados”, con los que “no entienden”, con “los indiferentes” solamente esconda un fastidio con ellos mismos. 



Tienen razón en estar desconcertados, es difícil convertir el mensaje del Nazareno en algo “poco interesante” ¿cómo se logró algo así?. Se logró convirtiendo la persona de Jesús en un concepto. “La Palabra se hizo carne”, dice Juan, pero en el afán antimodernista por demostrar que la fe cristiana es “razonable” a “la Palabra” le quitaron “la carne” y la convirtieron en “conceptos importantes e incuestionables”, en mandatos morales, leyes implacables, ritos sin vida.

Varias generaciones, atrapadas en la lucha por defender la “razonabilidad” del mensaje cristiano olvidaron que “Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación” (1 Cor 1, 21); se dejaron llevar al terreno de ese racionalismo ciego que combatían y en la batalla también ellos perdieron la vista. Quizás allí se comenzaron a confundir las cuestiones dogmáticas y las disciplinarias.

Creció entonces una incapacidad para percibir la vida, para aceptar las idas y vueltas a las que está sometida cualquier comunidad humana y prosperó una notable ignorancia, un sorprendente desconocimiento de algunas de las enseñanzas más importantes del Nazareno. Ese extraño analfabetismo se extendió mientras las frases del Maestro se repetían de memoria en minuciosos catecismos como si fueran enunciados de matemáticas, sin ninguna emoción ni compromiso.

Frases olvidadas

Recordemos algunas de esas frases repetidas y al mismo instante olvidadas: “Entonces comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho”; “el que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame”; “quien quiera poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará”; “¿qué aprovecha a un hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mc 8).

La reacción de Pedro ante esas palabras de Jesús expresa los sentimientos de todos los seres humanos ante el sufrimiento: “Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8,31). Efectivamente, los pensamientos de Pedro eran reflejo de “los de los hombres”, de todos los hombres y mujeres de la historia.

Podemos preguntarnos dos mil años después: ¿no son esos los pensamientos demasiado humanos de quienes se resisten a la muerte de muchas instituciones de la Iglesia?. ¿No son esos los pensamientos de quienes se resisten a aceptar que en nuestro tiempo agonizan algunas formas de expresión de la fe?. ¿No son esos los pensamientos de quienes se resisten a aceptar que los tiempos de crisis y de renovación son parte de la historia del cristianismo y de la historia de fe de cada uno?. ¿No son esos los pensamientos de quienes se niegan a comprender que solo está muerta una fe que no atraviesa profundas transformaciones? .¿No son esos los pensamientos -conviene repetirlo: demasiado humanos- de quienes parecen haber olvidado que en el centro de la fe cristiana se encuentra el misterio de la Pascua que nos muestra el triunfo de Dios detrás de la derrota de la Cruz?

El camino hacia la Pascua

Quizás la verdadera tragedia de los últimos tiempos sea la actitud de tantos que se niegan a seguir al Maestro hasta el final, en su camino hacia la Pascua. Creer que creer en la resurrección es solo una verdad intelectual, un concepto aprendido en el catecismo sobre lo que ocurrió “al tercer día” es aún no haber comprendido que la fe cristiana supone bastante más, que implica también reconocer y encarnar, en la vida de todos los días, el misterio pascual, que verdaderamente “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12,24).

Vivir el camino de la Pascua implica aceptar la fragilidad de nuestra humanidad; aceptar que ser cristiano no es algo estático, un hecho consumado, sino que la fe, como la vida, se renueva constantemente. Aceptar, también, que esa renovación constante exige una permanente actualización de las diferentes maneras de vivir y expresar la fe.

Antes de ser la práctica de una moral, o la repetición de unos ritos, o la defensa de unas ideas, encarnar el Evangelio es tener “entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús … (que) se anonadó a sí mismo … y haciéndose semejante a los hombres … se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Flp. 2, 5-8)

Sí, algunos tienen motivos para estar enojados (consigo mismos).