Tribuna

Ministerios femeninos: perspectivas post-Sínodo para la Amazonía

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En 1959, entre las miles de sugerencias que llegaron a Roma en preparación para el Vaticano II, llegó una propuesta formulada por un obispo de la Amazonía: León de Uriarte Bengoa, del vicariato apostólico de San Ramón en Perú, pedía ordenar ‘homines diaconi et etiam diaconissae’ y motivaba su petición con el servicio necesario de predicar la Palabra de Dios y la administración de la santa comunión.

Sesenta años después de esa primera solicitud, en la fase preparatoria del Sínodo para la Amazonía y posteriormente en el Aula del sínodo, surgió una propuesta similar, ahora motivada por un liderazgo femenino reconocido ejercido por cientos de mujeres en todo el territorio amazónico y respaldado por gran cantidad de estudios de historia, liturgia, teología sistemática, publicados en el postconcilio sobre la ordenación de las diaconisas.



La vida de las comunidades cristianas de la Amazonía, tanto en el bosque como en el contexto rural o urbano, está marcada por la contribución de mujeres, religiosas y laicas: miles de trabajadoras pastorales, catequistas, responsables de asistencia y servicios de caridad, animadoras de celebraciones litúrgicas en ausencia de un presbítero.

Son muchas mujeres encargadas por sus obispos para coordinar la vida pastoral (a veces de muchas decenas de comunidades en vastos territorios), que bautizan, están cerca de los moribundos, guian la vida litúrgica y garantizan la formación cristiana, allí donde los obispos y sacerdotes muy raramente pueden presentarse.

Las voces de estas mujeres fueron recogidas en la fase de escucha pre-sinodal; sus experiencias fueron narradas en el Aula sinodal y en las conferencias de prensa, lo que permitió a toda la Iglesia y a la opinión pública conocer esta contribución significativa y singular, de la cual está tejida la vida pastoral de la Iglesia en la Amazonía.

Ministerios laicales de mujeres

Frente a esta “realidad”, en el horizonte de una búsqueda valiente de nuevos caminos para una Iglesia que se reconoce interpelada para una reforma también estructural, que no puede prescindir de una pregunta sobre las formas de ministerialismo, el Documento Preparatorio (n. 14) y el Instrumentum laboris (n. 129) pedían identificar las formas de un “ministerio oficial” de las mujeres. Los padres sinodales respondieron a esta pregunta según dos directrices.

En primer lugar, pidieron que las mujeres tengan acceso a los ministerios establecidos del lectorado y el acólito, reservados solo para los hombres por el motu proprio Ministeria quaedam de Pablo VI (1972) y del can. 230§1 del Código de Derecho Canónico (1983), y sugirieron simultáneamente la creación de un nuevo ministerio establecido como un “dirigente de la comunidad” (Documento Final, 102).

Se trata de ministerios laicales, arraigados en los sacramentos de iniciación cristiana, para vivirse en una estrecha relación entre momentos litúrgicos y actividades pastorales: reconocer, con el Rito de Institución, el carisma presente y el servicio continuativo ejercido por mujeres y expresión de esa igualdad en subjetualidad y responsabilidad bautismal indicada por san Pablo en la Carta a los Gálatas 3, 28-30 (“…ni hombre ni mujer, todos sois uno en Cristo Jesús”) y realización de esa ministerialidad plural también femenina atestiguada en Rom 16.

Participante en el Sínodo de la Amazonía, representante del grupo étnico sateré mawé (Brasil)

En segundo lugar, muchos obispos, auditores, auditoras y expertos han abogado por la ordenación de mujeres diáconos; seis círculos menores apoyaron esta solicitud o instaron a la reanudación del estudio sobre el tema, como se indica en el Documento Final (n. 103). El papa Francisco, en su discurso de clausura, preveía la reanudación del trabajo de la “Comisión de Estudio sobre el diaconado de las mujeres”, que creó en 2016, con la incorporación de nuevos miembros y con una referencia a la experiencia de la Iglesia panamazónica.

¿Sobre qué razones teológicas y en qué perspectiva pensar en la ordenación de un diaconisas para la Amazonía? Muchos de los servicios que las mujeres coordinadoras y responsables pastorales ejercen de manera continua y competente reflejan las actividades indicadas como ‘vere diaconales’ en el decreto conciliar ‘Ad gentes’ en el n. 16.

Un texto que motivó, con Lumen gentium 29, la restitución del diaconado masculino como un grado autónomo y permanente: con la gracia sacramental de la ordenación, estas mujeres podrían contribuir con un nuevo título para la construcción de la comunidad cristiana, en el anuncio de la fe apostólica, como ministros ordinarios de bautismo, en animación litúrgica, en respuesta directa a las necesidades de evangelización y cuidado pastoral presentes en la Amazonía.

Las diaconisas, en el origen de la Iglesia

El diaconado es un “ministerio ordenado no sacerdotal”, según lo que afirma Lumen gentium 29: por lo tanto, no habría impedimento para lo que se afirma con autoridad en la Ordinatio sacerdotalis de Juan Pablo II (n. 4). Sería una “nueva figura ministerial”, pero arraigada en una antigua tradición: tanto bíblica (Rom 16, 1-2; 1 Tim 3, 11), como de los primeros siglos de la historia de la Iglesia, en la lógica del servicio ministerial indicado por los antiguos textos litúrgicos para la ordenación de las diaconisas (cf Eucologio Barberini).

La ‘salus animarum’ y el ‘bonum ecclesiae’, bajo la custodia de la apostolicidad de la fe, siempre han orientado los múltiples cambios –motivados por las nuevas necesidades pastorales y por las transformaciones a nivel social y cultural– que a lo largo de la historia han marcado las figuras ministeriales, el ejercicio del ministerio ordenado, la teología de los ministerios.

En el contexto de la visión del ministerio ordenado impartido por el Concilio Vaticano II, la teología sistemática es interpelada hoy para que evalúe la posibilidad de ordenar mujeres diáconos. Sesenta años después del votum de Mons. de Uriarte Bengoa, una vez más desde la Amazonía, la solicitud de mujeres diáconos –¿como una voz profética?– llega a toda la Iglesia e insta a la teología a “pensar en novedad”.

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