Tentación del “ghetto” en la Iglesia

(Juan Rubio-Director de Vida Nueva)

El ghetto es hoy más un concepto que un lugar. Levanta su muro en la conciencia de grupos que se sienten perseguidos y que se vuelven perseguidores a la postre. El concepto empezó en la República de Venecia designando al barrio judío y la persecución nazi los hizo famosos. Más allá de la historia, su origen está en la idea de buscar un entorno ideal para quienes buscan la exclusividad y la seguridad en momentos de persecución social, económica o ideológica. Más que una necesidad hay veces que se vuelve tentación para la Iglesia que vive en una sociedad plural. Vivir en el ágora es reto apasionante, aún con riesgos. Vivir en el ghetto se vuelve placentero, aunque frustrante al fin. Hay ghettos por doquier y también en la Iglesia que gusta del refugio cuando se siente amenazada. El ghetto se vive como la respuesta a una amenaza y se convierte en amenaza propia. El miedo y el sentimiento de persecución han creado en la Iglesia grupos que se retro-alimentan y se auto-contemplan de forma narcisista viviendo en una cápsula de egotismo atroz. La Iglesia ha tenido que vivir condenada en ghettos a lo largo de su historia pero no ha hecho paradigma de ellos. Por su propia naturaleza es universal y no le encajan los ghettos. Cuando se crece en una Iglesia así, el ataque y la ignorancia de lo que no es propio del grupo se vuelve norma excluyente creando monstruos que devoran la comunión eclesial. Es una de las tentaciones más frecuentes en esta Iglesia que peregrina por el desierto de la libertad y que alguna vez añora el ghetto de Egipto bajo el látigo de Faraón.

A ras de suelo del nº 2.601 de Vida Nueva (Del 16 al 22 de febrero de 2008).

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