El ocio y el negocio

(Alberto Iniesta– Obispo Auxiliar emérito de Madrid)

“Así como debemos prepararnos para el trabajo, deberíamos educarnos  también para el descanso. Los cristianos  tenemos para ello especial ayuda en nuestra cosmovisión integral de la materia y del espíritu, capaz de unir el ocio y el negocio, la acción y la contemplación…”

En el mundo cristiano se ha escrito y hablado mucho y bien de los valores del trabajo, pero quizá no hemos tenido la misma atención hacia el descanso, hasta temerlo un poco, como posible fuente de vicios y pecados. Pero Dios, que en el relato bíblico de la creación se nos presenta trabajando seis días, también se reserva uno descansando. Y a Jesús se le supone llevando la vida de un trabajador corriente, como un hombre cualquiera, alternando sus días y tiempos de trabajo y descanso, con la familia, con los amigos y paisanos, en el taller o en la sinagoga.

Acaso, al llegar a este campo de la religiosidad, podemos tropezarnos con la variedad y ambigüedad del concepto de ocio, que no consiste propiamente en la completa inactividad, sino en una actividad realizada libremente, por gusto y afición. Antes del pecado, el mandato divino del trabajo era como un recreo, un hobby que se hacía libremente, con gusto y con amor. El pecado hizo que el trabajo fuera trabajoso, como esclavos de la tierra, a la que ahora había que arrancar por la fuerza lo que antes ofrecía sin esfuerzo.

Así como debemos prepararnos para el trabajo, deberíamos educarnos  también para el descanso. Los cristianos  tenemos para ello especial ayuda en nuestra cosmovisión integral de la materia y del espíritu, capaz de unir el ocio y el negocio, la acción y la contemplación, como expresa el antiguo aforismo de la sabiduría monástica: Ora et labora. Un día de excursión bien se puede vivir como un día de oración. Por ejemplo: si por cumplir un deber tengo que renunciar a un placer, como podría ser escuchar música, que tanto me agrada, puedo decir a Dios: Para ti es mi música, Señor. Y cuando en tiempo de ocio puedo tener ese gusto, bien podría decir: Para mí es tu música, Señor. ¡Qué hermosa! Mil gracias, Señor.

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