“Si quiere saber cómo es fulanito…”

silvio-berlusconi(Ramon Prat i Pons– Profesor de la Facultad de Teología de Cataluña) El debate que se da estos días sobre la actuación de Berlusconi tiene una clara dimensión política y de crónica de sociedad. Pero detrás se esconde otro debate ético y moral sobre el uso del poder y el sentido de las luchas de poder. Esta perspectiva ética y evangélica es la propia de los cristianos y de su misión evangelizadora en el mundo.

ramon-prat-i-ponsLa expresión popular ‘Si quiere saber cómo es fulanito, dele un despachito’ provoca bastante risa, porque es una imagen visual hecha con buen humor y cierta ironía. Enseguida pensamos en los que mandan en el mundo de la política, la administración pública y la empresa, e incluso en la gente que, a primera vista, no tiene demasiado poder, pero que cuando manda en un lugar concreto, se hace respetar a base de bien.

Sin embargo, poco a poco vamos tomando conciencia de que esta expresión popular contiene una gran sabiduría. Además, si somos sinceros, descubrimos que el uso inadecuado del poder no sólo se refiere a los comportamientos de los demás, sino también a nuestra propia manera de vivir y administrar el pequeño poder que las circunstancias de la vida han puesto en nuestras manos.

Falta de seguridad

Muchos creen que detrás del abuso de poder hay gente prepotente que se puede permitir este lujo porque es fuerte y bien dotada. Sin embargo, cuando vemos que también hay otras personas que utilizan el poder con sencillez y gran respeto hacia los demás, e incluso con elegancia -y que, actuando con amabilidad, a menudo son mejores y más respetadas-, advertimos que tras el uso inadecuado del poder se esconde gente más bien débil, que no confía en que hace bien las cosas y que, por ello, necesita mantener a los otros a distancia y a raya. Las personas que actúan sin flexibilidad no están seguras de sí mismas, y por ello, sólo ven la realidad en blanco y negro. Son afectivamente débiles y necesitan un reconocimiento social, pero como tienen miedo de no recibirlo libremente, lo exigen con una prepotencia artificial.

En definitiva, detrás del uso incorrecto del poder, hay siempre un ego infantil e hinchado, que no ha madurado bien y que no puede elaborar la vida real, porque tiene miedo a los demás. Esto le hace incapaz para el diálogo, la comunicación y la cooperación.

Ejercer un poder es bueno cuando tomamos conciencia de que sólo somos administradores de un tesoro que se nos ha entregado a favor del bien común. El poeta Salvador Espriu expresa este pensamiento con gran lucidez, cuando, en el poema XXIV de La pell de Brau (La piel de Toro), afirma: “Si se te ha llamado para guiar un breve momento del milenario paso de las generaciones, aparta el oro, el sueño y el nombre. También las palabras vacías, la vergüenza del vientre y los honores. No esperes jamás dejar recuerdo, porque eres solamente el más humilde de los servidores”.

Cuando tomamos conciencia de que sólo somos administradores del poder, nos liberamos de las intoxicaciones psicológicas y sociales de las luchas de poder, porque no necesitamos un reconocimiento infantil por parte de los demás; nos basta con la libertad para poder servir al bien común, desde la humildad de reconocer nuestros valores y nuestros límites. Esto nos libera del exhibicionismo, del servilismo y nos abre a la complementariedad con los demás, para que nos ayuden a superar nuestras carencias.

Cuando administramos cualquier tipo de poder, es preciso sanear la mente, la afectividad y el espíritu para no vivir engañados. Hemos de atender de manera exquisita los derechos de los más pequeños, de los pobres y de los marginados de la tierra, tal y como el mismo Espriu expresa bellamente, cuando acaba el poema citado, sugiriendo que “el desvalido y el que sufre, para siempre son tus únicos señores. Excepto Dios que te ha puesto bajo los pies de todos”.

La citada expresión popular plantea la urgencia de revisar la manera de administrar el poder por parte de los notables  (en este caso, Berlusconi), pero también nos invita a los demás a pensar sobre cómo actuar cuando ejercemos el pequeño poder que todos administramos. Hay tarea para todos. ¡Manos a la obra!

En el nº 2.667 de Vida Nueva.

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